NO ES UNA SORPRESA
Su dimisión es un paso más en el proceso mordernizador de la Iglesia y su adecuación a una sociedad cambiante
Actualizado: GuardarLa conmoción producida por el anuncio de la dimisión de Benedicto XVI es una sorpresa relativa ya que en diversas ocasiones el actual Pontífice había indicado la necesidad de que se contemplara con normalidad la dimisión voluntaria de un Papa cuando éste considerara que la merma en sus capacidades físicas o intelectuales perjudicaran el ejercicio de sus obligaciones.
Benedicto XVI, en un libro-entrevista con su amigo el periodista alemán Peter Seewald titulado 'Luz para el mundo', llegó a decir que la dimisión «no solo era un derecho sino incluso un deber». En mis años de estancia en Roma supe que al actual Papa le preocupaba mucho la posibilidad de una enfermedad en la que se prolongara artificialmente su vida con los medios técnicos que tiene hoy la medicina, sobre todo, porque en sus años de cardenal tuvo varios episodios de pequeños ictus cerebrales. No hay que olvidar que en la figura del Papa confluyen los tres poderes, el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Una enfermedad prolongada que impidiera al Papa simplemente formalizar decretos o nombramientos podría paralizar el normal funcionamiento de la Iglesia universal. Por eso, la decisión que ha tomado merece todo el respeto, porque es el propio Joseph Ratzinger quien mejor sabe lo que es más conveniente para el gobierno del pueblo de Dios.
A ello añadiría yo un argumento en línea con lo que ha sido este Pontificado. La dimisión del Papa es un paso más en el proceso modernizador de la Iglesia y su adecuación a una sociedad cambiante; es también, sin duda alguna, un ejemplo que constituye una llamada de atención a sectores de la jerarquía eclesiástica y de la curia vaticana que se resisten a abandonar sus parcelas de poder y frenan cualquier intento de renovación. El Papa ha marcado el camino a seguir con total naturalidad.
Los últimos dos Papas han simbolizado dos actitudes que se complementan. Juan Pablo II dio el testimonio del respeto que merece el anciano y el enfermo; de su capacidad de servicio y de sacrificio. Benedicto XVI nos enseña cómo incluso el sucesor de San Pedro busca en el retiro y en la oración su encuentro con Dios lejos de los oropeles del poder.