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Hollande contra el invierno de Malí

La segunda fase del combate contra los yihadistas exige compromisos entre viejos enemigos para restablecer el Estado El presidente francés busca hoy en Bamako y Tombuctú un acuerdo entre el Gobierno y los tuareg

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No hay una estación fría en Malí. Al contrario, el territorio registra las temperaturas más altas del continente y está considerado uno de los escenarios habitados del mundo más calurosos, con registros que llegan a superar los 45º. Las tropas francesas que han recorrido sin contratiempos los 1.500 kilómetros que separan la capital, Bamako, del extremo septentrional no deben temer nieve ni ventiscas heladas, pero en las tierras áridas del Sahel también se agazapa un 'general invierno', no menos temible que el que derrotó al orgulloso ejército napoleónico en Rusia.

Una tormenta de arena retiene oportunamente a las fuerzas galas en el aeropuerto de Kidal. Posiblemente, este fenómeno revela que el propósito de restablecer la unidad del Estado maliense es una tarea que no se resuelve en tres semanas de marcha triunfal. La realidad militar, política y social del país es compleja y los buenos propósitos de París y sus aliados de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental difícilmente podrán afrontarla con medios exclusivamente bélicos.

La sorprendente circunstancia de que Kidal, la ciudad más pequeña, quizás con menos de 15.000 habitantes, aún no haya sido ocupada parece responder a la búsqueda de un complicado acuerdo multilateral. La localidad no carece de autoridad como Tombuctú o Gao, sino que todas las fuentes apuntan a que las milicias del Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA) y, posiblemente, la facción islamista propensa al diálogo han sustituido a los anteriores gobernantes de Ansar Dine.

Proceso largo

Pero la entrada de los franceses en la última población tan solo marca un hito en un proceso mucho más largo. Los análisis advierten de que entre 5.000 y 6.000 radicales, bien pertrechados y con canales de abastecimiento en la inmensa Argelia, la débil Níger y la desarticulada Libia, han abandonado los núcleos urbanos y buscado refugio en el macizo de Adrar de los Iforas, una zona de más de 250.000 kilómetros cuadrados donde cuentan con depósitos de armas y combustible, un territorio que ha servido para el tráfico impune de drogas, tabaco y personas entre el subcontinente negro y la costa mediterránea. La estrategia para combatir a un enemigo que se mueve en un escenario tan vasto, hostil y quebrado, limitado por fronteras porosas, exige un amplio conocimiento del terreno y colaboradores nativos si no se quiere desembocar en una situación tan enquistada militarmente como la afgana. Además, la recesión económica y la evidente apatía aliada tampoco alientan una solución rápida. La previsión más pesimista habla de un conflicto de larga duración que mal puede sostenerse sobre un contingente regional, variopinto y carente de la preparación adecuada para encarar una guerra de guerrillas.

Los cantos abundan en el pedregoso camino a la paz. Francia reclama un compromiso entre el Gobierno maliense y los bereberes contra el enemigo común, pero el MNLA se opone a que las tropas regulares recuperen sus posiciones en el norte y la clase política del sur rechaza cualquier diálogo con los hombres del norte, a los que acusa de haber desencadenado un conflicto que casi desintegra el país. Amnistía Internacional, en un informe presentado ayer, desvela ejecuciones extrajudiciales y desapariciones cometidas en ambos bandos. Los islamistas asesinaron a decenas de soldados capturados y el Ejército cometió similares desmanes con civiles de piel clara.

Malí se ha vanagloriado de poseer una democracia formal, cualidad sin trascendencia real. Durante su medio siglo de existencia, este Estado de fronteras artificiales ha sido conducido por una elite corrupta incapaz de responder a la generalizada miseria ni a los problemas de integración de su población étnicamente heterogénea. Los bereberes han protagonizado cuatro rebeliones respondidas mediante masacres y estrategias de tierra quemada y, posteriormente, aplacadas con compromisos siempre insatisfechos.

La última maniobra gubernamental en su política del palo y la zanahoria fue la creación de bandas paramilitares como los Ganda Koy, reclutados principalmente en el seno de la etnia shongay, y destinados a hostigar a los tuareg.