MUNDO

Esto no es el salvaje oeste

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Como algunos en la izquierda piensan que el gobierno de George W. Bush fue el artífice de los atentados del 11-S para poder invadir Irak, otros en la ultraderecha creen que el de Barack Obama mandó a Adam Lanza a perpetrar la matanza de Sandy Hook para poder quitarles las armas. El mundo de las teorías de la conspiración es libre, como el miedo o las paranoias.

Por eso algunos llegaron el lunes a la Asamblea Legislativa de Connecticut vestidos de camuflaje y gorras de la Asociación Nacional del Rifle. Neil Heslin lo hizo armado con la foto de su hijo de 6 años asesinado en la escuela de Sandy Hook. Todos tuvieron que pasar por los detectores de metales instalados para la ocasión, que provocaron colas de 45 minutos, sin que eso desanimase a las miles de personas que acudieron a las audiencias públicas para discutir cerca de un centenar de propuestas de ley con la que evitar otra masacre como la de Newtown.

Unas 650 personas consiguieron turno para hablar ese día. Heslim no sólo habló, también lo abuchearon. El padre de Jesse Lewis dejó a su hijo en la escuela esa mañana a las 9.05 y «20 minutos después estaba muerto». Pero «no sólo le asesinaron, le masacraron», dijo con la mirada ausente y un gesto de dolor. No entró en detalles, pero todos saben que el rifle de asalto de tipo militar que llevaba Lanza «debe destrozar un cuerpo joven», comentó ayer una congresista en Washington. Por eso Neil, sin pasaiones, porque el dolor todavía no le deja más que sólo sollozar, no pudo evitar preguntarse para qué alguien necesita tener en casa uno de esos rifles semiautomático de estilo militar o cargadores de alta capacidad. «No estamos en el salvaje oeste, esto no es un país del Tercer Mundo, tenemos el ejército más poderoso del mundo. No necesitamos defender nuestras casas con armas como esas. Sólo espero que todo el mundo en esta sala apoye el cambio y se prohiban las armas de asalto y los cargadores de alta capacidad, sería un paso en la dirección correcta».

Su sueño se resquebrajó inmediatamente. La audiencia a la que pedía apoyo repondió con abucheos y frases acartonadas de la Constitución de hace 200 años, «¡Nuestros derechos no serán violados!», gritaban algunos, «¡La Segunda Enmida!», proclamaban otros. «¡Orden en la sala!», gritaba el moderador.

Ayer, en Washington, el senador Durbin preguntó al vicepresidente de la Asociación Nacional del Rifle Wayne LaPierre por qué muchos de sus cuatro millones de afiliados piensan que necesitan esas armas para defenderse del Gobierno. LaPierre se remontó a la época en que los padres fundadores del país se defendían del Rey Jorge de Inglaterra, y especuló con que si el Gobierno «no los ataca, puede no protegerlos en caso de que haya un terremoto».

Otros senadores le ayudaron: «Podría haber una madre a la que se le acaben las balas por algo que hagamos aquí», sugirió Lindsey Graham. Y así, entre el Rey George, las teorías de la conspiración y las películas de ciencia ficción, la imaginación es libre y las armas siguen seguras.