La difícil tarea de inyectar optimismo
Los expertos señalan que «para contrarrestar una mala noticia hay que repetir de tres a cinco veces una buena»
Actualizado: GuardarTodo está conectado. La economía doméstica a la nacional y esta a la internacional. De modo que si en las altas esferas de la UE se quiere marcar el rumbo que nos saque de la crisis, tienen que llevar los mensajes institucionales más allá de los despachos y entrar en las casas. Es ahí, en los hogares y empresas, donde deben fomentar el consumo para que, conectado a este, se asienten el crecimiento y la creación de empleo. Pero ¿cómo se percibirá ese mensaje optimista a pie de calle?
Lo primero. Para gastar hay que tener. Es más, no solo hay que tener; ahora además hay que estar seguro de que se va a seguir teniendo. «Anteponerse a la pérdida, en este caso del empleo, causa miedo y el miedo es paralizante», advierte Gonzalo Bacigalupe, profesor-investigador de Ikerbasque en la Universidad de Deusto. Y como los datos del paro están ahí, no va a ser fácil inyectar en una población muy sensibilizada por la virulencia de la recesión la seguridad necesaria para perder el miedo y salir de compras.
El primer obstáculo; «el mensaje no puede darse de bruces con la realidad, no puede ser incongruente. No me sirve nada lo que me digan si no encaja con lo que yo percibo», resume Darío Páez, catedrático de Psicología Social en la Universidad del País Vasco. «No somos inmunes al contexto social; vivimos en red. Pese a que tendemos a pensar que somos más independientes de los demás de lo que realmente somos, la gente se da cuenta cuando tratan de manipularla. Cuanto más alejado esté el mensaje de ese contexto social, más fácil resulta entenderlo como mera propaganda», coincide Bacigalupe.
Cercanía
Ahí entra en juego la credibilidad del mensajero. «Tendemos a creer a quien nos parece cercano, quien sabemos que tiene experiencia y quien nos aporta seguridad. Necesitamos líderes creíbles y, aunque pensemos que hay cosas que se tienen que arreglar desde el Gobierno, estos líderes creíbles no tienen por qué ser políticos», matiza el investigador de Deusto. «Ahora mismo, la transmisión de este mensaje debería recaer en tecnócratas», subraya Páez.
Por otra parte, los medios, que son el recurso que las instituciones van a emplear para inyectar ese optimismo, gustan más de las malas noticias -que «llaman más la atención»- que de las buenas. Además, «aunque imponen el contenido -de qué se habla-, no imponen qué se dice. Pueden programar en la agenda los brotes verdes, pero no lo que los espectadores vayamos a comentar sobre los brotes verdes», resume Páez. Además -añade-, con el crecimiento de Twitter, cada vez hay mayor «desfase entre la opinión pública y la opinión publicada». «Las redes sociales amplifican las noticias y crean corrientes alternativas (incluso hacen propuestas) que pueden escapar al control de los políticos o los medios de comunicación tradicionales. Eso no es necesariamente negativo», añade Bacigalupe.
Para colmo, resulta mucho fácil engancharse al pesimismo que al optimismo. «Está comprobado que, aunque con el tiempo nos influyen más las noticias buenas, son las malas las que generan más atención. Movilizan más. Para contrarrestar un mensaje negativo necesitamos repetir tres o cinco veces uno positivo -explica Páez-. Basta con el rumor de que va a haber inundaciones para que la gente se ponga en alerta; en cambio, habrá que repetir mucho que la situación está controlada para que no temamos la inundación». Y aquí todavía llueve.