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Exceso de 'pedigree'

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Iba bien vestido. Pantalón oscuro de pinzas y zapatos de piel marrones bien lustrados. Un jersey grueso, en tonos anaranjados y de una buena marca, ponía un toque de discreto color a su indumentaria de tonos pardos. Caminaba con paso firme, casi marcial. Sobre el brazo, doblada, una chaqueta gris y en la otra mano una correa de cuero con la que sujetaba a un perro. Lo observaba acercarse mientras miraba distraía la antigua Escuela de Náutica. La fachada, de un blanco marchito, aún conserva la solidez de antaño pero las vallas acordonando la acera y los carteles que prohiben el acceso le dan un aspecto decrépito que se acentúa, aún más, con la herrumbre del mástil que preside la entrada ya clausurada. Un barco varado que se deshace frente a La Caleta.

Eran ya casi las dos de la tarde del domingo y aunque estaba entretenida observado el ir y venir de gente, mi estómago impaciente me trasladó hasta El Manteca con sus chicharrones con limón y su 'puntito' de sal. En estas estaba, cuando el hombre del perro alcanzó mi posición. Ahora hablaba por teléfono y había liberado a su fiel amigo de la cadena. El 'chucho' se dedicaba a marcar bancos, barandillas y ruedas de coche en un corretear alegre y frenético. -600 euros como mínimo-, calculé. Era un bulldog francés de ojos despiertos, robusto y bien alimentado aunque no gordo. Mandíbula ancha, chato y unos 12 kilos de peso. Entero de color blanco y con dos manchas negras que le cubrían los ojos a modo de antifaz, el 'bicho' tenía una apariencia simpática. Deambulaba a su aire aunque no perdía la referencia de su dueño que hablaba distraído acodado en el baluarte que se asoma a la playa.

En un momento determinado, el perro se detiene, realiza un par de movimientos en círculo y deja un 'bonito monumento' en la acera. Contundente, bien despachado, sin miseria. Nuestro hombre continúa hablando un par de minutos más. Avanza hacia su distinguido perro que acude veloz, sin necesidad de que lo llame. Engancha la cadena a la correa del animal y tras acariciarle complacido en el lomo, encara el camino de regreso a casa con la satisfacción del trabajo bien hecho.