El sueño inca de un friqui español
Diego Cortijo busca, sin ayuda, los restos de esta civilización en Perú
Actualizado: GuardarHay que estar un poco loco, o ser un friqui, como él mismo se denomina, para gastar seis semanas al año en una quimera, un sueño lleno de bichos, vegetación exuberante, territorios inhóspitos y agua, mucha agua. «En la última expedición estuvimos cruzando ríos y con el agua hasta aquí», dice Diego Cortijo, alzando su mano hasta el cuello. Este funcionario vallisoletano afincado en Madrid es un fanático de las civilizaciones antiguas desde niño. Siempre le atrajeron, aunque es incapaz de dar los motivos concretos que le han llevado a quedarse sin vacaciones durante muchos años. «Simplemente me gustaban».
Ahora sueña con los incas y con la selva. Está convencido de que en el departamento peruano de Madre de Dios, una extensión de 85.330 kilómetros cuadrados que hace frontera con Bolivia y Brasil y donde tienen que estar escondidos, entre la frondosa vegetación, los restos de Paititi, la ciudad perdida de los incas. ¿Un sueño? «El Dorado en sí es un mito pero el Paititi, como lo llaman los nativos, es un lugar real que no se ha ubicado y que posiblemente estemos cerca de encontrar», señala Cortijo, quien se agarra a los recientes descubrimientos para seguir apostando por esta idea. A mil kilómetros al este de Cuzco, la antigua capital del imperio inca que perduró cien años entre los siglos XV y XVI, se han encontrado restos arqueológicos. Esto hace pensar, según este explorador, que entre ese punto y la capital tiene que haber algún tipo de asentamiento o ruta inca de comercio. Y ahí entra la ciudad perdida de Paititi o huellas de poblaciones más pequeñas. «En la selva amazónica han aparecido restos arqueológicos del 2000 a. C. Lo que hacían los incas fue llegar, poner su bandera y montar sus infraestructuras con lo que ya había», asevera. Y ese afán explorador de los incas les llevó a instalarse en las alturas de Machu Picchu y, por qué no, a hacerlo en medio de la selva.
Esta curiosidad y este alto porcentaje de que se encuentren los asentamientos de esta civilización precolombina llevaron a Cortijo a comenzar sus expediciones a la selva peruana. Unos viajes que salen de su bolsillo y de dos patrocinadores que le permiten pagarse los billetes de avión hasta Sudamérica y los sueldos a los nativos, que se fían de las intenciones de este español que se ha ganado el respeto de los pobladores de esa zona inmensa. «La gente me va contando lo que han escuchado de sus antepasados gracias a la tradición oral. Además, son los únicos que se atreven a ir por esa zona porque la conocen y hay áreas, de un gran valor histórico y arqueológico, a las que ellos no dan importancia porque las han visto toda la vida».
Incacok
Cortijo se ha adentrado cada año un poco más en la selva para buscar esos caminos, esos indicios que confirmen que los incas estuvieron allí. Y en su último viaje se encontró con una piedra a la que bautizaron como Incacok. Un monolito gigante que parece el rostro de un ser humano. Cortijo está convencido de que se trata de un gran capricho de la naturaleza que, posiblemente, estuvo ayudado por la mano del hombre. Un nuevo impulso para que el vallisoletano viaje otra vez hasta el Amazonas.
«Los investigadores siempre han desechado la selva porque normalmente los lugares arqueológicos se basaban en los caminos de piedra por donde se transitaba. Y en la selva no se veía claramente por dónde se podía ir. Pero ahora el chip está cambiando. En la selva hay algo», afirma con claridad. Una selva que espera a Diego, que intentará mover cielo y tierra para conseguir el dinero necesario para poder encontrar su sueño: Paititi.