Un bombero y un miembro de la Policía malí, en un mercado de Bamako incendiado. :: JOE PENNEY / REUTERS
MUNDO

Malí desata el miedo en Francia

Hollande refuerza las medidas antiterroristas ante la amenaza de radicales islamistas tras la intervención en el país africano

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Los helicópteros artillados han abierto el fuego inicial y directo de los franceses sobre los islamistas malienses. También uno de sus pilotos ha sido la primera víctima de la intervención gala en el país africano, que ya ha provocado cien bajas, según las primeras estimaciones. La denominada 'operación Cerval' comenzó el viernes, tal vez incluso el pasado jueves, mientras el presidente François Hollande aún hablaba de intenciones de ayuda, no de hechos ya acaecidos.

La irrupción militar francesa ha podido sorprender a la opinión pública, pero no se trata de un suceso aislado, sino de un modo de hacer que caracteriza la política del Elíseo en África Occidental y el Sahel. La estrecha tutela sobre sus antiguas colonias ha sido una constante a lo largo de medio siglo de independencia y tan solo en los últimos cinco años se ha manifestado con diversas actuaciones importantes en Chad, Costa de Marfil y la República Centroafricana.

Pero, posiblemente, nunca hasta ahora la tarea había sido tan compleja. Todos los indicios apuntan a que la caída de la estratégica ciudad de Konna, en el centro del país, disparó las alarmas en torno a un posible desmoronamiento de la resistencia gubernamental y precipitó la decisión de París de conculcar las medidas establecidas en Naciones Unidas para hacer frente a la amenaza radical. Hollande ordenó ayer reforzar «lo antes posible» las medidas antiterroristas en Francia.

No se trata de una decisión fácil porque la tarea a realizar resulta mucho más compleja que la emprendida en los anteriores conflictos locales. No resulta extraño que París haya olvidado por una vez su tradicional arrogancia de metrópoli curtida en problemas y ya se haya dirigido a las cancillerías europeas y americanas para demandar no solo su aprobación, sino también para compartir el esfuerzo bélico y las consecuencias de la implicación.

El ejemplo más significativo del respaldo obtenido es la noticia del inmediato envío de tropas de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental. La urgencia se constata recordando que su entrada en acción estaba prevista para el mes de septiembre y que, entre los motivos de la enorme demora, se encontraba la necesidad de un desembolso inicial de 500 millones de euros para su puesta en marcha.

Las enormes dimensiones geográficas y geopolíticas de la crisis auguran numerosas incertidumbres en torno a la 'operación Cerval', aunque, en realidad, ninguna de las fuerzas en juego parece encontrarse en una posición de cómodo predominio. Las posibilidades de que los islamistas controlen fácilmente todo el país parecen remotas. A la hostilidad regional se suma la interna contra los radicales del norte, los mismos que han destruido parte del patrimonio de Tombuctú y aspiran a una rigidez religiosa ajena a la tradición local. Las diferencias culturales también tienen connotaciones étnicas. La hostilidad de los mande y los shongai, pueblos meridionales, hacia los iforas septentrionales que sustentan Ansar al-Din, el grupo que protagoniza la ofensiva, complicaría la hipotética ocupación.

La debilidad de la Administración maliense se compensa con la aparición de milicias con vínculos tribales que bien pueden arruinar definitivamente la estabilidad e integridad de la república en el todavía improbable caso de un colapso de las estructuras oficiales. Por el contrario, recuperar el norte se antoja una tarea ímproba para París. Los galos pueden contener la invasión del sur, pero difícilmente reconquistarán Azawad sin recurrir a otros aliados.

La entrada en combate de París ha sido discreta, fundamentalmente de apoyo y disuasoria con su estacionamiento en Bamako. La sombra neocolonial con resabios de 'cruzada' en uno de los territorios históricos del Islam africano recorre toda la misión y, de ahí, que la aportación del Cedeao resulte fundamental en una segunda fase.

Los tuareg, la clave

Tampoco la aportación del organismo regional puede ser suficiente. Así, se antoja decisivo el factor tuareg, un colectivo cuyo favor parece indispensable para una contraofensiva que cuente con colaboradores nativos. La alianza con los independentistas requiere un precio elevado, quizás poner el asunto de la autodeterminación sobre la mesa de negociaciones. Además, la vecina Argelia se ha mostrado remisa a una operación militar incierta en su patio trasero y en los últimos meses incluso había apostado por fórmulas de cooperación regional paralelas a las impulsadas por Washington, París y Bruselas. Curiosamente, en el país magrebí se halla el germen ideológico y organizativo de los tres colectivos que conforman la alianza fundamentalista.

Pero el reto bien merece alcanzar pactos inusuales. La ocupación del norte de Malí supone la aproximación física de un peligro constatado en Afganistán y Somalia. La conversión del desierto sahariano en una plataforma para el fundamentalismo terrorista tan cercano al Mediterráneo recorre las pesadillas de los dirigentes de la UE y el riesgo se amplifica por el entorno, un espacio donde las fronteras son artificios inoperantes y los estados, frágiles estructuras desconectadas de los pueblos que las habitan. La ofensiva radical acecha a Níger, Mauritania y Chad. Por supuesto, la yihad también amenaza esenciales recursos de hidrocarburos y uranio esenciales para las economías del norte del planeta.

La lucha de Francia y Malí requiere alianzas múltiples para llegar a buen término. Mientras tanto, la guerra añade nuevos argumentos para el terrorismo islamista, su proselitismo victimista entre los marginados y las acciones de violencia indiscriminada. Además, si las operaciones se dilatan en el tiempo, el mundo asistirá a un nuevo drama humanitario, probablemente, a nuevos movimientos masivos de desplazados y refugiados que se añadirán a los casi medio millón de individuos que han perdido su hogar, los más afectados y más olvidados de un conflicto que ya ha alcanzado las lodosas orillas del río Níger.