La esperanza vaga en Haití
Tres años después del terremoto, cerca de 360.000 desplazados observan con desolación los lentos avances de la reconstrucción
Actualizado: GuardarBajo una rota y desteñida tienda de campaña se escucha el lamento de Titelma Cherival. Llueve y una lona es el único refugio que tiene para guarecerse junto a sus tres niños. El 12 de enero de 2010 su tiempo se detuvo, cuando Puerto Príncipe se resquebrajó por la fuerza de un terremoto que arrancó 316.000 vidas. Logró escapar de la muerte, pero desde entonces deambula como un fantasma entre la pobreza y la desesperanza que corroe a las cerca de 2.000 personas que como ella subsisten sin agua corriente ni electricidad en el campamento del barrio Canape Vert, a las afueras de la capital haitiana. Tres años después, la realidad del país más vulnerable del hemisferio norte apenas ha mejorado. Olvidados, 357.000 desplazados observan cómo cada día se difumina su mayor anhelo: regresar a los hogares que la tierra se tragó aquel martes de infierno.
Al borde de la crisis alimentaria y asediado por una epidemia de cólera que se resiste a remitir, Haití se ahoga en su intento de renacer. La reconstrucción apenas ha comenzado pese a los 5.300 millones de dólares (casi 4.000 millones de euros) desembolsados por la comunidad internacional. Más de la mitad de esos fondos -que representan apenas el 53% de la ayuda prometida- se ha ido consumiendo en el suministro de agua, alimentos y tiendas de campaña. La otra parte, sin embargo, yace casi en su totalidad en las cuentas bancarias a la espera de que se superen las numerosas rencillas y trabas burocráticas que bloquean la edificación de viviendas, escuelas y hospitales, así como la creación de puestos de trabajo.
Las disputas ideológicas y de tierras, los problemas de logística y contratación, la escasez de personal e incluso la falta de tiempo se agolpan y hacen poco transitable el sendero hacia un nuevo Haití. Así lo demuestra una reciente investigación del 'The New York Times'. El Hospital General de Puerto Príncipe, el mayor del país, languidece en ese laberinto. De poco ha servido que hace más de dos años la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, y el entonces ministro de Exteriores francés, Bernard Kouchner, aprobaran un acuerdo para su reparación. El centro continúa destrozado y solo unas pocas reformas temporales lo mantienen en pie.
La precariedad se mueve a sus anchas en un terreno árido para las oportunidades de superación. Como un mal endémico, el 80% de la población subyace bajo el umbral de la pobreza y solo saben leer seis de cada diez adultos. Pero son los niños las principales víctimas de esa desolación. Muchos de ellos han nacido en campamentos de desplazados y no conocen otra forma de vida. Pese a los avances logrados en el acceso a la enseñanza, la cuarta parte de los menores de entre 6 y 11 años nunca ha asistido a la escuela y los que lo hacen reciben clases, en su mayoría, en instalaciones improvisadas. Es el caso de los hijos del pueblo montañoso de Furcy, donde un par de estructuras de madera contrachapada sin agua ni electricidad acogen a unos 480 alumnos repartidos en 10 aulas mientras avanzan las obras del que será su nuevo colegio.
Los trabajos de construcción que consiguen salir adelante no siempre dan pie al optimismo. Prueba de ello son los 21 centros escolares que el Banco Interamericano de Desarrollo dejó a cargo de las autoridades haitianas. El proyecto, que se esperaba que estuviera culminado el pasado otoño, ha sido paralizado al detectarse graves fallos. Aunque las obras comenzaron después del terremoto, las estructuras no cumplían con las normas antisísmicas y antihuracanes. El Gobierno de España, el tercer donante del mundo y el primero de la Unión Europea, también es consciente de la compleja labor sobre el terreno. Aun así, su inversión total de 150 millones de euros ya ha arrojado los primeros frutos, como la inauguración de una planta de tratamiento de aguas el pasado mayo.
Espiral de criminalidad
Angustiados por los tímidos logros y acorralados por el drama con el que pelean a diario, miles de haitianos se han lanzado a las calles en los últimos meses para pedir respuestas al presidente, Michel Martelly, un popular cantante que llegó a la jefatura del Estado en mayo de 2011. Y es que al latente estado de destrucción y pobreza que agravó tras su paso el huracán 'Sandy' se suma una espiral de criminalidad. Numerosas personas han sido secuestradas o asesinadas en Puerto Príncipe y otras ciudades del país y el narcotráfico se ha hecho más fuerte y ha colonizado la ruta por la que canaliza la droga que procede de Colombia.
El futuro tampoco alberga grandes esperanzas. De hecho, se espera que para el cuarto aniversario de la catástrofe unas 200.000 personas sigan viviendo en tiendas de campaña, donde niños malnutridos y semidesnudos corretean con los pies cubiertos de barro. Los desplazados se sienten simples cifras sobre las que los políticos cuelgan promesas para alcanzar el poder. «Nos encontramos en el camino hacia el palacio presidencial. Pero una vez toman esa senda, no hacen el viaje de regreso», asegura Fritzner Dossous, un joven de 32 años que recuerda que Martelly visitó su campamento poco antes de las elecciones y desde entonces no lo han vuelto a ver. Es la profunda resignación de quienes piensan que ya lo han perdido todo. «Estamos muertos. Todo lo que esperamos es ser enterrados».