![](/cadiz/prensa/noticias/201212/23/fotos/5893347.jpg)
La invasión de la palma africana
La expansión en Latinoamérica de los cultivos dedicados al biodiésel acaba con las plantaciones tradicionales
Actualizado: GuardarIgnacio García Bolaño sostiene que la palma africana es un monstruo que llegó a Quinindé hace cuatro décadas. Entonces este cultivo, originario de la región ribereña del Golfo de Guinea, era prácticamente desconocido en Ecuador, pero pronto inició una incesante expansión. Aquel primer establecimiento, ubicado en un propicio ambiente tropical cálido y lluvioso, fue el foco desde el que se propagaría tanto en dirección al cercano Océano Pacífico como hacia la lejana espesura amazónica. Hoy, el Estado latinoamericano se ha convertido en uno de los mayores exportadores mundiales de este producto.
La demanda de aceites y grasas vegetales comestibles alentó su progresión, pero ha sido su requerimiento como combustible para la industria del biodiésel el que ha disparado el crecimiento de las plantaciones. Desde finales de los ochenta, la subida de los precios la ha convertido en sumamente productiva. Tan solo el pasado año su cotización aumentó en un 34,9% en el mercado nacional. «La tierra que produce 5.000 dólares, sembrada de palma, genera 30.000», asegura este campesino. «El que apuesta por ella se siente favorito a futuro».
Sin embargo, él no se deja seducir por el negocio del agrofuel y sigue dedicándose al cacao en su pequeña parcela, al igual que Alberto Pérez, un colega con el que comparte mesa y mantel tras una reunión de productores. Ambos se resisten al canto de sirena de las numerosas empresas que presionan para su instalación. «Utilizan a intermediarios que te dan las plantas y los insumos y enseñan las técnicas y a los que pagas con la primera cosecha, a cuatro o cinco años vista», explican. «Les resulta tan fácil convencer como quien se gana a una criatura».
En un lugar como el cantón Eloy Alfaro no parece difícil abandonarse a la tentación. Estamos en un territorio deprimido dentro de una provincia tan marginada como Esmeraldas, al noroeste del país andino. El 98% de su población se encuentra bajo el umbral de la pobreza y el 62% se halla en una situación de extrema miseria. El color de la piel de los residentes y sus condiciones de vida sugieren que nos hallamos en otro continente. La mayoría es de origen africano, pero también abundan los colonos llegados de todos los confines de la república que se asentaron con la esperanza de un futuro mejor. El 86% de esas propiedades hoy ni siquiera están legalizadas.
Los caminos que unen las pequeñas comunidades rurales revelan una constante devastación. La ocupación masiva ha generado una enorme deforestación, agudizada en los últimos tiempos por la presión de la palma. La preservación oficial de los escasos ecosistemas naturales parece en entredicho ante la proliferación de espacios arbolados quemados, preparados para un monocultivo que homogeniza el paisaje. «Es un monocultivo que lo barre todo, que acosa a la fauna y la flora», lamenta García Bolaño. «Ya ha llegado a las playas, lo está ocupando todo».
Hay quien se suma con fervor a la nueva causa comercial, pero también quien no puede resistir la presión. «Si venden los colindantes, estás listo, te involucrarán tarde o temprano, o vendes o pactas», advierten y apuntan la posibilidad de amenazas para el que se resista o la posibilidad de resultar perjudicado, y arruinado, por las fumigaciones con bombas motoras que destruyen otros productos y contaminan los pozos. El impacto medioambiental de la palma es uno de los principales argumentos de sus detractores, que suman a la avidez de tierras el uso de abundantes fertilizantes químicos. La explotación no requiere mucha mano de obra, lo que tampoco incide en la creación de empleo, y potencia la inclusión de fenómenos tan extraños como la importación de búfalos asiáticos, solicitados por su capacidad para el transporte de grandes cargas.
«No sabemos lidiar con esto», confiesa Alberto Pérez. «Estamos solos, estamos abandonados ante el monstruo». Los dos campesinos reconocen que la falta de un espíritu asociacionista, impulsada por la diversidad de orígenes de los pobladores, favorece el declive de la agricultura tradicional. La Fundación Maquita Cushunchic Comercializando como Hermanos es una de las raras iniciativas que intenta apoyar a los campesinos para dotarlos de autonomía ante las presiones externas. Donde antes nunca ha operado una ONG, su acción integral incluye la capacitación, el acceso a títulos de propiedad, la puesta en marcha de viveros y el establecimiento de redes de comercialización que dignifiquen las condiciones de explotación del cacao, el recurso más extendido en el campo.
Su labor, apoyada económicamente por la organización española Manos Unidas, intenta implementar un modelo de economía solidaria en ámbitos donde la bien publicitada Revolución Ciudadana de Rafael Correa se antoja poco más que un eslogan. Existen otras consecuencias curiosas para quien se aviene a integrarse en este presuntamente beneficioso comercio de los biocombustibles. «No se dan cuenta de que si te rindes a la palma tendrán que comprarlo todo, que perderás la autosuficiencia», alega Ignacio García Bolaño.