Un tanque del ejército egipcio protege uno de los accesos al palacio presidencial, rodeado por miles de jóvenes opositores al presidente Mursi . :: ASMAA BAGUIH/REUTERS
MUNDO

La crisis egipcia resiste a los tanques

Mursi llama al diálogo mientras el Ejército sale de nuevo a la calle para aplacar la violencia de los manifestantes

EL CAIRO. Actualizado: Guardar
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Los tanques volvieron a salir ayer a las calles de El Cairo, esta vez para poner fin a la sangría entre partidarios y detractores del presidente Mohamed Mursi, que ya ha dejado al menos seis muertos y más de 400 heridos. La peor y más peligrosa crisis de la frágil transición egipcia, desencadenada por el decreto que sitúa al mandatario por encima de la ley y por la Constitución que quiere llevar a referéndum el próximo día 15, está empezando a hacer mella en su Gobierno con un goteo irrefrenable de dimisiones.

Miles de opositores volvieron a marchar hacia el palacio presidencial, desafiando la prohibición de la Guardia Republicana, que se ha desplegado en los alrededores del edificio y que aseguró que no permitiría nuevas manifestaciones junto a la sede de la jefatura del Estado. Las marchas, sin embargo, llegaron sin problemas a las barricadas instaladas por este cuerpo del ejército, que reforzó con varios tanques la seguridad del palacio y que ha instalado alambradas de espino en todos los accesos a las calles que rodean la mansión. En un esperado discurso, el presidente culpó de la violencia a matones asociados al antiguo régimen y habló -como hacía a menudo su antecesor, Hosni Mubarak- de conspiraciones para desestabilizar el país. Mursi invitó a la oposición y a la «juventud revolucionaria» a reunirse con él mañana para tratar una hoja de ruta para el país, la ley electoral y la formación del consejo de la Shura, la Cámara alta del Parlamento. Ni una sola palabra, sin embargo, sobre las reclamaciones de la oposición. El mandatario tampoco contempló retrasar el referéndum constitucional, que tendrá lugar el día 15. El discurso pudo escucharse por los altavoces de la plaza Tahrir, ante cientos de opositores cuyo enfado crecía con cada palabra del presidente. «No dice nada nuevo, es lo mismo que hemos escuchado mil veces con Mubarak», se quejaba Mohamed Salam, que observaba con reprobación la intervención del presidente.

Las deserciones dentro del Gabinete de Mursi evidencian el desmoronamiento de aquel Ejecutivo de unidad nacional que quiso montar y que nunca llegó a convencer del todo a la oposición. Son ya al menos siete los asesores del presidente que han dimitido en las últimas semanas. Ayer lo hizo el copto Rafiq Habib, vicepresidente del Partido Libertad y Justicia (brazo político de los Hermanos Musulmanes), que Mursi llegó a liderar, así como el director de la televisión estatal y el jefe del comité que supervisará el referéndum constitucional, Zaghlul el-Balshi. Mursi se ha encontrado con críticas incluso desde Al-Azhar, la institución suní más importante del mundo, que ha pedido al presidente que retire el decreto.

Una «conspiración»

Los alrededores del palacio presidencial amanecieron cubiertos con los restos de la batalla. Piedras, palos y hierros salpicaban las avenidas que desembocan en la sede de la jefatura del Estado, donde varios coches calcinados recordaban el grado de violencia al que se llegó entre los partidarios del presidente y sus detractores. Cientos de vecinos y curiosos se acercaron para ver con sus propios ojos lo que la noche anterior no podían creer: civiles contra civiles a pedradas, y linchamientos con un odio pocas veces visto en Egipto. La tensión era aún palpable y provocaba más de una discusión airada.

«Hemos llegado a un punto en el que incluso la retirada del decreto o el aplazamiento del referéndum no va a ser suficiente y no va a calmar a la oposición», explicó, aún conmocionado por las escenas que había presenciado la noche anterior, el joven Haizam Magdi. La oposición laica, liderada por el Nobel de la Paz Mohamed el-Baradei, ha ofrecido al presidente diálogo, pero siempre y cuando retire ante el decreto que ha blindado sus decisiones ante la Justicia y aplace la consulta de una Constitución que sus detractores no consideran representativa.

La cofradía islamista y sus seguidores hablan, como Mursi, de una «conspiración» que busca derrotar al poder elegido en las urnas y a la revolución del 25 de enero. «Cada vez es más evidente que hay gente que no quiere que alcancemos la estabilidad en Egipto», señaló frente Karim Nassar, un arquitecto que aseguró no pertenecer a los Hermanos Musulmanes, pero que comulga con sus ideas.