Decenas de miles de personas se concentran ayer en la plaza Tahrir para protestar contra el Ejecutivo de Mursi. :: MOHAMED ABD EL-GHANY / REUTERS
MUNDO

La plaza Tahrir demuestra su poder frente a los Hermanos Musulmanes

Las protestas contra el 'decretazo' de Mursi se convierten en una llamada de atención al partido del presidente

EL CAIRO. Actualizado: Guardar
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La furia de la oposición laica por el último decreto de Mohamed Mursi se convirtió ayer en un grito contra lo que muchos describen ya como la 'hermanización' de Egipto. La decisión del presidente de situarse por encima de la ley ha sido la gota que ha colmado el vaso de muchos opositores, que observan con preocupación cómo los Hermanos Musulmanes han ido acaparando a lo largo de la transición casi todas las esferas de poder. La plaza Tahrir volvió a congregar números que pocas veces se habían visto desde la revolución, y las formaciones laicas demostraron que también son capaces de sacar a miles de personas a la calle sin la necesidad de la cofradía, que hasta ahora ostentaba ese monopolio.

La tozudez del presidente, que se niega a retirar el decreto y que tampoco está claro que haya aceptado acotarlo, como le había pedido el órgano de gobierno de los jueces, ha provocado que las iras de los manifestantes se dirijan contra el Gobierno de Mursi y el grupo del que procede, los Hermanos Musulmanes. Ayer, muchas de las multitudinarias marchas que recorrieron El Cairo entraron en Tahrir al grito de «el pueblo quiere la caída del guía supremo (de la hermandad)».

La maquinaria de propaganda de los Hermanos Musulmanes, que había demostrado una gran astucia hasta ahora, intenta clasificar a los que se oponen al decreto de Mursi como seguidores del antiguo régimen. Son muchos los grupos en Egipto que aseguran ser los únicos herederos de las esencias de la revolución, también la cofradía, que mostraba una enorme torpeza al asegurar en las redes sociales que la manifestación había tenido «poca participación». Una declaración en la que muchos vieron reflejos del pasado, como cuando la televisión estatal ignoró las protestas durante la revolución que acabó con Hosni Mubarak.

Los Hermanos Musulmanes desconvocaron una manifestación de apoyo al decreto para evitar posibles choques. Las marchas transcurrieron sin incidentes, aunque en varias calles cercanas a Tahrir grupos de adolescentes se enfrentaron a pedradas con los policías, que siguieron disparando gases lacrimógenos. Los disturbios no están directamente relacionados con el decreto de Mursi, aunque es posible que se hayan inflamado gracias a él; los participantes no son realmente políticos, ya que su batalla personal es contra la Policía y el ministerio del Interior. Desde que comenzaron el 19 de noviembre, han muerto ya 3 personas, la última ayer.

La declaración constitucional del presidente, por la que la Asamblea Constituyente y las decisiones del propio Mursi han quedado blindadas ante la Justicia, empiezan a cosechar también críticas internacionales. El FMI, del que Egipto espera un préstamo, advirtió a El Cairo que el crédito depende de que no haya «cambios mayores» en la economía del país, en referencia a cómo están afectando las tensiones desatadas por el decreto a la economía egipcia. Estados Unidos, que hasta ahora había guardado un cauto silencio, dejaba caer ayer, a través de la cuenta de Twitter de su embajada en El Cairo, un mensaje que seguramente no ha gustado a los gobernantes egipcios: «el pueblo egipcio dejó claro en la revolución del 25 de enero que estaban hartos de la dictadura».