Tony Leblanc, la sonrisa del cine español
Un fallo cardíaco acaba a los 90 años con la vida de uno de los actores más queridos por el públicoAlcanzó el éxito en los 50 y los 60 con personajes castizos, plenos de ironía y cinismo Logró dos Goyas, uno de ellos honorífico, y la Medalla al Mérito al Trabajo
MADRID. Actualizado: GuardarIgnacio Fernández Sánchez Leblanc, más conocido como Tony Leblanc, falleció ayer a consecuencia de un fallo cardíaco en Villaviciosa de Odón (Madrid) a los 90 años, dejando así huérfano al cine español de uno de sus rostros más conocidos, un hombre que consiguió una hazaña al alcance de pocos en este país: todos le reconocían unánimemente como un hombre bueno y le tributaban cariño casi como si fuera un componente más de su familia. Lógico si se tiene en cuenta que a través de decenas de películas había conseguido emocionar y hacer reír a varias generaciones.
Desde su nacimiento, ocurrido el 7 de mayo de 1922 en el Museo del Prado, donde su padre ejercía de portero, parecía predestinado a consagrar su vida al mundo del espectáculo. Apenas había realizado sus estudios primarios cuando comenzó a bailar, labor que compaginaba con sus obligaciones como botones y ascensorista en la pinacoteca que le vio llegar al mundo. Pronto probó fortuna con el teatro de aficionados y quedó embrujado por la actuación.
Claro que no era su único interés. El deporte también le había conquistado. No tardó en subirse al ring y las cosas no le fueron nada mal, alzándose con el título de campeón de Castilla de los pesos ligeros. Con el paso de los años, volvería al mundillo para encarnar al mánager de un José Luis Ozores erigido en un 'Tigre de Chamberí' por obra y gracia del director Pedro L. Ramírez en una película de 1957 y oficiaría como promotor de veladas pugilísticas. Las tardes de gloria en el cuadrilátero se alternarían con otras no menos afortunadas en los terrenos de juego, llegando a militar en el Carabanchel C.F., de la Tercera División de fútbol.
Bueno y tenaz
Quizás hubiese conseguido labrarse un porvenir con el balón, pero su otra pasión, la actuación, resultó al final vencedora. A mediados de los años cuarenta, Celia Gámez le reclutaba para su compañía de revista y poco después se producía su debut en el séptimo arte con dos títulos, 'Eugenia de Montijo' (José López Rubio, 1944) y 'Los últimos de Filipinas' (Antonio Román, 1945), que se convertirían en los primeros de una larga y fructífera carrera con la que no lograrían acabar los duros embates que el destino le tenía aguardado a este hombre de una tenacidad tan grande como bondadosa era su mirada.
A lo largo de esa década compaginó sus papeles en el cine con sus apariciones en obras de teatro como 'Las horas inolvidables', 'Doña Mariquita de mi corazón' o 'Cinco minutos nada menos'. Pero fue alcanzada la década de los cincuenta cuando se consagró definitivamente como uno de los grandes de la gran pantalla con personajes castizos a los que impregnó de un cinismo y una ironía que atrapó al público y que constituyeron sus sellos distintivos. De esa época datan títulos como 'Manolo, guardia urbano' (Rafael J. Salvia, 1956), 'Un abrigo a cuadros' (Alfredo Hurtado, 1957), 'Las muchachas de azul' (Pedro Lazaga, 1957) o 'Historias de Madrid' (Ramón Comas, 1958), entre otras.
Fue precisamente Rafael J. Salvia quien le ofreció su primer papel junto a la que andando los años se convertiría en su pareja de baile favorita, Concha Velasco, con la que protagonizaría cintas de extraordinario éxito como 'El día de los enamorados' (Fernando Palacios, 1959), 'Los tramposos' (Pedro Lazaga, 1959) o 'Mi noche de bodas' (Tulio Demicheli, 1961), entre otras.
José Luis López Vázquez, Alfredo Landa, Lina Morgan, Antonio Ozores, Florinda Chico. Con todos ellos compartió cartel en una u otra ocasión el gran Tony Leblanc y para él no tuvieron sino palabras de elogio. Su buen hacer delante de las cámaras se veía complementado con su calidez fuera de los focos y eso era algo que se traslucía también al público.
'Tres suecas para tres Rodríguez' (Pedro Lazaga, 1975) pudo muy bien convertirse en su última película. Acabado el rodaje, Tony Leblanc decidía retirarse de la profesión que le había proporcionado tantas alegrías. Ocho años después, sufría un grave accidente de tráfico que le dejó postrado en una silla de ruedas. El público parecía quedarse definitivamente huérfano de uno de sus actores más queridos mientras se multiplicaban los homenajes de sus compañeros de profesión.
Pero el indómito Leblanc no había dicho aún su última palabra. Escribió el guion de una comedia, 'La terrible verdad de mis cuentos' (1987), publicó un poemario y redactó letras de canciones, una obra de teatro y un guion cinematográfico. Más aún. Volvió por la puerta grande. Santiago Segura le reclamó para 'Torrente, el brazo tonto de la ley', permitiendo que una nueva generación descubriese su genio sin par. Permanecería en las cuatro películas de la saga y también se sumaría al reparto de la serie 'Cuéntame', metiéndose de nuevo en los hogares de millones de españoles.
Con dos Premios Goya, uno de ellos honorífico, la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes y la Medalla del Mérito al Trabajo en su haber, Tony Leblanc celebraba en mayo su noventa cumpleaños rodeado de su familia y volvían a lloverle los parabienes de aquellos con quienes había compartido tantos buenos ratos sobre el escenario. Los mismos que hoy lloran la pérdida de este hombre machadianamente bueno por el que el mundo del cine se viste hoy de luto.