De Hu Jintao a Xi Jinping
El congreso del PCCh apunta a la continuidad política, pero China vive una continua y profunda transformación socioeconómica
SHANGHÁI. Actualizado: GuardarLiu Yen personifica a la perfección la profunda transformación de China. Hace diez años, cuando Hu Jintao alcanzó la presidencia del país, esta joven del pequeño pueblo de Liyang, en la provincia oriental de Jiangsu, tenía que pedalear dos horas cada día para ir y volver al instituto. Vivía hacinada con los siete miembros de su familia en apenas 60 metros cuadrados de un viejo edificio «que se caía a pedazos». Para ducharse tenía que bajar tres pisos, para hacer una llamada de teléfono tenía que ir a la cabina del pueblo y la carne era un lujo que caía sobre su bol de arroz dos veces a la semana, «como mucho».
Fue entonces, poco después de conocer que Pekín celebraría los primeros Juegos Olímpicos de China, cuando sus padres tomaron la decisión más arriesgada de sus vidas. Y también la mejor. Decidieron invertir todos los ahorros de la familia, más una cantidad importante que pidieron prestada a varios amigos, en un proyecto inmobiliario en Nanjing, la capital de la provincia. Sobre las ruinas de tradicionales edificios unifamiliares iban a levantar una urbanización de lujo y el promotor, amigo, necesitaba capital. El pelotazo fue mejor de lo esperado.
Una década después, todo ha cambiado. Liu fue la primera de su familia en licenciarse, con los réditos de la inversión abrió un negocio de medicina tradicional china, se casó con un hombre de buena familia, ha comprado dos casas -una para los padres- y dos coches de lujo y ha traído una pareja al mundo. «No quería que mi hija viviese como yo, sin hermanos, así que hemos optado por tener la segunda».
Querían un varón, pero la época del infanticidio femenino ha quedado atrás. A través de conexiones en los círculos de poder del pueblo, la pareja ha conseguido rebajar sustancialmente la multa por haberse saltado la política del hijo único, que ha evitado el nacimiento de unos 400 millones de personas desde 1979. Ahora, Liu mira con esperanza al futuro. Y no está sola, porque su historia se repite por millones en todo el país.
Es imposible hacerle una foto a China. Siempre sale movida. Salvo en lo político, donde el país mantiene un impasible rostro autoritario, el Gran Dragón se mueve a tal velocidad que, para cuando la imagen aparece en la pantalla, la realidad ya ha cambiado. Es el fruto de tres décadas de 'socialismo con características chinas', un eufemismo creado para legitimar el monopolio del poder político -en manos del Partido Comunista desde la fundación de la República Popular, en 1949- combinado con una economía de mercado y una sociedad con elementos del capitalismo más salvaje.
A pesar de sus oscuras sombras, es evidente que el sistema ha funcionado. Según estimaciones de Naciones Unidas, desde que Deng Xiaoping inició las reformas económicas que han convertido a China en la segunda potencia mundial, más de 400 millones de personas han abandonado la pobreza. La clase media se cifra ahora en unos 250 millones de chinos.
Inestabilidad social
Hu Jintao dejará en marzo la presidencia de China y no escribirá ninguna página brillante en la historia del país. Sus dos mandatos han pasado sin pena ni gloria. Han sido tan grises como su propia persona, falta de un carisma que sí tuvo su predecesor, Jiang Zemin, y que también parece tener su sucesor, Xi Jinping. Pero los diez años de su presidencia no han pasado en vano. Han servido para cimentar el poder de una superpotencia llamada a liderar en 2016 la economía del mundo.
En la última década, China ha madurado. Ha pasado de ser el dragón que despierta al que echa fuego por la boca. Por primera vez se ha convertido en un país con una población mayoritariamente urbana, hiperconectada a la red -con más de 520 millones de internautas a pesar de la censura-, y capaz de acceder a la elite mundial en todos los campos, incluido el de la innovación.
El país se vistió de largo para asombrar al mundo con la Olimpiada del 2008 y, dos años después, en la Exposición Universal de Shanghái, fue el mundo quien se rindió a los pies de una China que ya se había convertido en uno de los elementos clave para dar esquinazo a la crisis. Porque el gigante asiático ha pasado de ser la fábrica del 'todo a cien', que emplea mano de obra barata, a convertirse en el mercado interno más goloso del planeta. La estrategia de moda ya no es producir en China para exportar al resto del planeta, sino todo lo contrario.
Pero no todo son destellos de un neón rosa. Muchos fantasmas acechan en las sombras, y algunos han sobresaltado al Ejecutivo de Hu y de Wen Jiabao en sus últimos compases. El más temido es el de la inestabilidad social, que puede desatarse por varios motivos: en 2008 y 2009 fueron las minorías étnicas de Tíbet y Xinjiang las que pusieron en jaque al Gobierno; en esas fechas también comenzaron las revueltas en fábricas que no se habían preparado para la profunda transformación del modelo productivo; y en los últimos dos años han estallado también grandes movilizaciones sociales -muchas veces violentas- por causas como la contaminación o la corrupción, que resulta especialmente dolorosa por la brecha que separa cada vez más a pobres y ricos.
Estos dos últimos problemas han centrado la atención del 18 congreso nacional del Partido Comunista de China, y componen el legado tóxico que recibe Xi Jinping. El nuevo líder tendrá que culminar la transformación del país que, dentro de una década, cuando deje el puesto al siguiente mandamás del Partido, debería gozar de «una sociedad moderadamente próspera».