El general Petraeus hace el saludo militar. :: SHAH MARAI / AFP
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El 'caso Petraeus' sacude la Administración Obama

El 'affaire' del general pone en entredicho la seguridad de los servicios secretos y abre un debate sobre la moral en el Ejército

NUEVA YORK. Actualizado: Guardar
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Malherida por los clamorosos fallos de inteligencia que precipitaron los atentados del 11 de septiembre de 2001, la CIA nunca ha recuperado el brío que la hizo famosa en tiempos de la Guerra Fría. Obama trató de hacer borrón y cuenta nueva nada más llegar a la Casa Blanca entregando su dirección a un gestor de probada experiencia como Leon Panetta.

En sus poco más de dos años en el cargo no se registraron pifias de mención, lo que ya fue un gran logro. También se manejó con discreción y acierto en la mayoría de los escenarios donde EE UU ejerce su condición de gran potencia. Cuando le llegó la hora del relevo, el presidente buscó el más difícil todavía con el nombramiento de un militar con una hoja de servicios intachable, venerado a ambos lados del arco parlamentario. Fue así como David Petraeus se plantó en el cuartel general de la agencia en Langley, Virginia, en septiembre de 2011 con un asombroso aval en el Senado (90-0).

A punto de cumplir los 59, al héroe de la Guerra de Irak le transpiraba el éxito por los cuatro costados. Fue en esos días en que Petraeus cambió su casaca militar por el traje chaqueta cuando inició su relación adúltera con Paula Broadwell, una ambiciosa mujer 20 años más joven, también casada y madre de dos hijos, que había tocado por primera vez a su puerta en 2006 con el noble propósito de escribir su biografía. Los encuentros furtivos de la pareja se prologaron durante poco más de ocho meses. Se trata del aspecto del escándalo que acabó con la carrera de Petraeus del que menos se conocen detalles, lo que indica la maestría con la que estos graduados en West Point supieron esquivar las asfixiantes medidas de seguridad que rodean al jefe de la CIA.

Nada habría salido nunca a la luz de no ser por un ataque celos de Broadwell hacia otra mujer que nunca se involucró sentimentalmente con el prestigioso general. En realidad Jill Kelley, atractiva hija de refugiados libaneses de 37 años, no es parte del culebrón por haber mantenido relaciones sexuales fuera de su matrimonio. Dedicada a la organización de eventos sociales en Tampa, Florida, entre su catálogo de amistades sobresalen militares de alto rango como el general John Allen, el actual jefe de las tropas norteamericanas en Afganistán. Sus tratos con Kelly -varias fuentes apuntan a operaciones de tráfico de influencia para la venta de contratos militares- han dejado en el aire su nominación para el cargo de comandante supremo de la OTAN en Europa.

Mensajes amenazantes

La competencia entre ambas mujeres por ganarse los favores de los militares aparece fielmente documentada en amplia correspondencia electrónica intervenida por el FBI. Entre junio y julio, una Broadwell harta del protagonismo de la 'socialité' se lanza a enviarle mensajes electrónicos amenazantes donde le cuestiona que dedique su tiempo a estar con Petraeus y Allen. Luego la desafía preguntándole si su marido está al tanto de sus travesuras. Herida por el continuo hostigamiento, Kelley decide mostrar los mensajes electrónicos recibidos a un amigo cercano, el agente del FBI Frederick Humphries.

Tras cuatro meses de investigación, los expertos en ciberdelincuencia destaparon una tórrida correspondencia entre Petraeus y su biógrafa pero decidieron aparcar el caso al comprobar que no se produjo ninguna fuga de información secreta. Humphries no queda satisfecho de la decisión de sus colegas al entender que podían estar silenciando el asunto por razones políticas y decide contárselo todo al líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, Eric Cantor, poco antes de las elecciones.

Este movimiento, que supuso una sentencia definitiva para Petraeus, llegó probablemente a oídos de Obama en las horas en que el huracán 'Sandy' golpeaba la costa Este del país. Todavía cuesta creer que con la Casa Blanca en juego, ninguna filtración interesada destapara el 'affaire' del militar antes del 6 de noviembre. Nadie tuvo noticias del mismo hasta que el propio afectado comunicó su dimisión y pidió disculpas por su «pecado».

Como se ha visto luego, el 'Petraeusgate' ha abierto un debate nacional a múltiples bandas con la infidelidad matrimonial en las altas esferas del poder como gran asunto polarizador, pero sin perder de vista el daño político que el atentado de la Embajada estadounidense en Bengasi ha infligido a la Administración Obama. Algunos analistas ven la caída del popular militar producto de una trama destinada a desplazarlo de la CIA por la serie de despropósitos de Inteligencia que permitieron a grupos extremistas asesinar en Libia al embajador, Chris Stevens, y a otras cuatro personas.