La mirada desesperada
El Estrecho vuelve a ser esa autopista marítima del terror, donde la extrema necesidad empuja a los inmigrantes sin papeles a jugársela por una oportunidad
Actualizado: GuardarÉl la abrazaba con mimo, cuidando que su barriga abultada quedara libre de cualquier amenaza exterior. Ella no podía mantenerse en pie, pero aún le quedaban fuerzas para aferrarse a su pareja, su única familia ahora que han tocado tierra firme; al otro lado de esa autopista del terror que a buen seguro tantas veces habrían imaginado antes de emprender una aventura desesperada. Si la buena fortuna, por una vez, no les da la espalda, su bebé nacerá en España, en Europa.
Ellos fueron los protagonistas de una fotografía captada ayer por Carrasco Ragel, cuya lente atesora mil y unas historias como ésta. Una imagen terriblemente hermosa, dolorosamente bella. Irradia amor, ternura, pero tampoco impide que al lector le surja de sus entrañas una profunda repugnancia. No por estas víctimas del hambre sino por aquellos seres sin alma, que ni siquiera rozan con sus dedos el calificativo de humanos, capaces de lucrarse echando a suertes la vida de miles de personas. Tirándolas a la mar, en barcas imposibles, pero manteniendo a buen recaudo sus bolsillos repletos de monedas manchadas de sangre.
Estos miserables, que se esconden en el norte de África, nunca se la juegan en las pateras, porque para eso tienen a sus otros peones, los que por un puñado de euros pilotan las esperanzas de los sin papeles y a veces acaban en prisión por ello.
Estos miserables cuentan con la ayuda, también por otro puñado de sucios euros, de aquellos que deben vigilar y no vigilan; de aquellos que hacen la vista gorda pese a vestir uniforme. Sin esa complicidad criminal, sería imposible que cada noche salieran lanchitas desde el norte de África y en esos países, como Marruecos, ni se preocupen.