Las dos caras de la nueva Siria
La normalidad que se respira en los centros urbanos de las ciudades leales al régimen contrasta con la destrucción de las zonas hostiles
DAMASCO. Actualizado: Guardar«La situación está muy muy muy mal. Llevamos semanas bajo un bombardeo constante. En nuestra zona no queda nada en pie, vivimos entre los escombros». La llamada entra de casualidad y al otro lado una activista de Harasta, ciudad del extrarradio de Damasco, narra con un hilo de voz muy fino el asedio de este bastión opositor donde no hay espacio para el alto el fuego. «Los civiles han salido en su mayoría, solo quedamos un puñado. El resto son milicianos del Ejército Libre Sirio (ELS) que aguantan como pueden», informa esta joven. Desde el mes de enero ha sido testigo directo del levantamiento popular y luego armado del cinturón agrícola de la capital, las ciudades y aldeas suníes más pobres donde prendió la chispa del descontento con el régimen de Bashar el-Asad.
Desde el centro de Damasco se llegaba a Harasta en menos de veinte minutos en coche. Ahora el camino está cortado y solo se permite el acceso de vehículos militares y de las agencias de seguridad. «No hay salida, estamos rodeados», señala la activista consultada, que se despide como si se tratara de la última vez que fuéramos a conversar. «Las fuerzas de seguridad tienen luz verde para emplear todos los medios posibles para erradicar la presencia de grupos armados. Y cuando digo todos, son todos. Esto es una guerra», alerta un funcionario del régimen que trata de explicar los motivos del uso masivo de la violencia en zonas civiles: «Los grupos opositores no deberían refugiarse en barrios, en casas de la gente. Que salgan a los valles, a las zonas rurales y peleen allí. Saben que si entran a una zona habitada están llevando la muerte».
La muerte se traduce en barrios enteros donde la gente no puede volver a sus casas porque han sido destruidas por los bombardeos, o en el mejor de los casos conservan la casa pero ya no hay servicios de ningún tipo y los civiles quedan en manos de bandas de delincuentes que aprovechan el caos para robar y secuestrar. La seguridad ante los crímenes ha quedado en segundo plano para las autoridades.
Los ejemplos de esta política de castigo se repiten a lo largo del país y el primer ejemplo fue Homs, donde se necesitarán años para rehabilitar barrios enteros como Bab Amro, una especie de Grozni dentro de una ciudad donde otras áreas que no se alzaron en armas han recuperado la normalidad casi absoluta con el paso de los meses. «No es una guerra convencional, son batallas encarnizadas en zonas muy concretas. Por eso te encuentras que una simple calle separa la vida de la muerte y la destrucción. El mayor desafío ahora para las autoridades no es el ELS, es controlar el auge de los grupos yihadistas que emplean una estrategia diferente y en lugar de hacerse fuertes en zonas civiles, apuestan por atentados suicidas, logísticamente más sencillos y con mucho mayor impacto en la moral del enemigo», opina un experto en seguridad consultado.
Muchas zonas del este, en la frontera con Irak, y sobre todo del norte, próximas a Turquía, están fuera del control de Damasco y lo único que puede hacer allí el Ejército es emplear la aviación. Pero en las zonas en disputa es donde se combate por cada metro para establecer la línea divisoria entre leales y opositores. Las últimas dos semanas han sido un infierno para Ahmed. Trabaja en Damasco, pero su casa está en Jedeidet Artouz, localidad situada en la carretera que lleva a Qneitra. «El ELS lleva meses en la zona y han atacado muchas veces comisarías y puestos del Ejército, pero el día que comenzó la operación contra la ciudad se esfumaron, nos dejaron solos», recuerda con rabia.
Odio
Primero la artillería castigó el lugar, por tierra y aire, y después entraron los soldados a pie y las milicias de los 'shabiha' que «quemaron cientos de comercios, saquearon casas y se llevaron a mucha gente detenida», denuncia este padre de familia que durante una semana no pudo regresar a su casa debido al bloqueo de la carretera por parte de los soldados. «Lo que están consiguiendo ambos bandos es que la gente de a pie les odie. Nadie respeta a los civiles. Del ELS se podía esperar por su falta de medios y preparación, eran incapaces de garantizar la seguridad ciudadana y con ellos se producían muchos raptos y robos, pero lo que es injustificable para un sirio es ver el comportamiento de sus fuerzas armadas, injustificable», concluye, al tiempo que pide el anonimato por miedo a las represalias.
«Yo no diría que estamos ante dos sirias porque las fronteras son cambiantes y en el otro lado aún no hay infraestructura de gobierno para atender las necesidades de los ciudadanos. Por eso muchos se van y buscan refugio en otra parte cuando sus barrios son liberados», piensa Louay Hussein, líder del grupo opositor Construcción del Estado Sirio. La ONU eleva a más de 300.000 el número de refugiados, una cifra fiable debido al registro de cada uno de ellos. «Pero lo que es realmente complicado de saber es el número de desplazados internos, una cifra seguramente tan importante como imposible de concretar porque la gente va y viene en función de la situación de seguridad», confiesan fuentes del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Damasco.