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Isabel

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Quizás no fueran estos tiempos de penurias los más recomendables para que Televisión Española acometiera una empresa inscrita claramente en la descarnada estela de 'Los Tudor' o 'Juego de Tronos'. De ahí que frente a la magnificencia de la tramoya de estas series nos tengamos que resignar con el vestuario barato, el abundante cartón piedra, la ridícula angostura de los salones, así como con los extras de propina y bocadillo de la nuestra.

No obstante la falta de presupuesto nunca fue obstáculo para la eclosión de un producto genial, como la propia Casablanca, o incluso nuestro Bienvenido Míster Marshall, se encargaron en su momento de demostrar. Para ello solo se pide, y no es poco pedir, que los personajes encarnen, gracias al arte interpretativo, las pasiones humanas, desde las más nobles a las más retorcidamente mezquinas. Comparar en este aspecto a los Enrique de Rhys-Meyer y Derqui, o a reinas como las encarnadas por Jenner y por Doyle Kennedy, da un poco de sonrojo, cuando en potencia sus respectivos personajes gozan de la riqueza de matices que su propio protagonismo histórico les otorgan.

Con todo, lo que más inquieta es que esta serie, con la bondad inmaculada de la católica Isabel frente a la perversión casi general que la rodea, con su orgullo de casta nobiliaria frente a los advenedizos, con su insobornable nacionalismo castellano frente a las ansias de poder y riqueza de sus adversarios, parece querer vendernos la moto de una reina ejemplar que puso los firmes cimientos del sistema monárquico patrio que aún disfrutamos, así como los de nuestra nación española.

Quizás fue este mensaje implícito el que salvó a esta serie frente a las implacables tijeras del PP, pues de algún modo esta Isabel lava la imagen de alguna otra reina española homónima y, de paso, les allana el camino a las futuras que, tarde o temprano, acabarán posando sus reales en el trono. Cabe preguntarse si la Isabel que pasa sobre ascuas sobre el hecho de haber sido legitimada gracias a las artimañas políticas y a la guerra, sabrá relatarnos con mayor rigor histórico, y con verdadera pasión humana, las raíces raciales y religiosas de esa empresa de exterminio y saqueo que culminó con la conquista de Granada, o aquella otra del vergonzante episodio que significó la expulsión de los judíos. Me temo que no.