Apuntes

Vergüenza nacional

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

A diario, 16.000 familias gaditanas -que si hacemos una media habitual de cuatro miembros por núcleo familiar nos salen unas 64.000 personas- traspasan el umbral de la vergüenza nacional; cruzan una frontera que cualquier país que se considere desarrollado debería haber borrado. Este viaje lo hacen cuando acuden a pedir comida porque no pueden llenar su nevera. Son personas invisibles, que ni siquiera son mencionadas en los discursos de nuestros dirigentes políticos, ni en el memorandum de obligaciones que nos imponen nuestros papás europeos. Hablar de la necesidad de recortes suena a choteo para esta legión, cada vez más numerosa, de almas sin un mendrugo propio que llevarse a la boca. Para ellos ya no hay posibilidad de ajustes, lo han perdido todo y desde la nada, ya no caben más sacrificio que intentar sobrevivir como sea. Si de algo debe sentirse orgullosa esta sociedad es que pese a ese incremento bestial de la pobreza en nuestra provincia, los niveles de delincuencia no han repuntado con la misma intensidad. La dignidad que les lleva a llenar sus carritos con comida regalada, es la misma que les mantiene alejados del delito. No sabemos cuánto aguantarán porque el hambre es un potente motor de los peores instintos. Y como los que toman decisiones, los han relegado al olvido, solo falta una pequeña cerilla, una chispa minúscula para encender una pira. Cuando nada se tiene, nada se pierde.

Esta cifra vergonzosa y vergonzante la certifica la Cruz Roja, una de tantas organizaciones que siempre está al lado de los desfavorecidos con independencia de quien ocupe San Telmo o Moncloa. De ahí que nadie tenga el valor de rebatirles ese análisis tan doloroso para una sociedad fracasada. Cuando no hay voluntad para reconducir esta situación, simplemente hemos fallado como seres humanos. No está en peligro el estado del bienestar, es que hay miles de compatriotas, de vecinos, de amigos, de familiares que no tienen para comer, que no pueden cubrir sus necesidades básicas sin ayuda.

Hace poco leí una frase de Santiago Carrillo que suena a sentencia: «La clase política que padecemos está llamando a un dictador». Cualquiera que prometa pan se puede convertir en un firme candidato. ¿Les suenan algunos? Pues usemos la historia para recordar lo que fuimos, lo que pudimos ser y lo que nunca nos gustaría volver a ser.