El cardenal Carlo Maria Martini durane una misa concelebrada en San Pedro del Vaticano en el año 2005.:: AFP
Sociedad

La incómoda muerte del cardenal Martini

«La Iglesia lleva 200 años de retraso», afirmó el purpurado en una entrevista póstuma

ROMA. Actualizado: Guardar
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La muerte del cardenal Carlo Maria Martini el pasado 31 de agosto a los 85 años, una figura clave en la Iglesia católica de las últimas décadas, ha pasado algo inadvertida en los medios fuera de Italia, pero se ha tratado de un acontecimiento no solo en este país, si no también entre creyentes y no creyentes bien informados de todo el mundo. Aunque este jesuita de inmensa cultura no dividía el mundo entre creyentes y no creyentes, si no entre «pensantes y no pensantes», al margen de su fe. El impacto de su fallecimiento, tras 17 años con Parkinson, se tradujo en más de 200.000 personas en cola durante tres días en el Duomo de Milán, donde fue arzobispo durante 22 años, para darle un último saludo. Un gran eco que, siguiendo hasta el final la figura pública labrada por Martini, ha tenido connotaciones polémicas con el Vaticano. Por su modo de morir, rechazando la alimentación artificial, por la evocación de sus propuestas críticas con la línea oficial y, sobre todo, por su última entrevista póstuma, un último mazazo de su pensamiento.

Este cardenal aristocrático pero amado por el pueblo, que ha representado la voz liberal del catolicismo, dejó una entrevista publicada al día siguiente de su muerte en el 'Corriere della Sera', una suerte de testamento espiritual. Con un titular contundente: «La Iglesia lleva 200 años de retraso». Algunas frases: «La Iglesia está cansada (...), nuestros ritos y ropas son pomposos. (...) Veo en la Iglesia tantas cenizas sobre las brasas que a veces me siento impotente. (...) Aconsejo al Papa que busque doce personas fuera de los esquemas para los puestos de dirección, hombres cercanos a los pobres, rodeados de jóvenes y que experimenten cosas nuevas».

Martini proponía que la Iglesia reconozca sus errores y abra un camino radical de cambio, y citaba el escándalo de la pederastia que, en su opinión, lleva a replantearse las cuestiones sexuales. «Debemos preguntarnos si la gente aún escucha los consejos de la Iglesia en esta materia o es solo una caricatura en los medios», apunta. Pedía recuperar la palabra de Dios, más allá de reglas y dogmas, «la Biblia que el Concilio Vaticano II restituyó a los católicos»: «Ni el clero ni el derecho eclesiástico pueden sustituir la interioridad del hombre». Tambien sugería no discriminar en los sacramentos a los divorciados y a las nuevas familias, para no perder las generaciones futuras.

Es un epílogo de lo que Martini ha ido diciendo en los últimos años, para irritación de la jerarquía: reconocer las parejas homosexuales, comprensión hacia los divorciados que se han vuelto a casar, permitir el preservativo como «mal menor», cuestionar el celibato sacerdotal y promover la ordenación de mujeres. Era un defensor del espíritu de apertura del Concilio Vaticano II, y hasta propuso convocar un nuevo concilio para abordar el gobierno colegial de la Iglesia, el papel de la mujer, la doctrina sexual y la escasez de vocaciones.

Esta actitud le granjeó una aureola de 'antipapa' frente a la línea conservadora de Juan Pablo II que, en realidad, a él le fastidiaba, pues consideraba que sus reflexiones, aunque incómodas, eran un servicio a la Iglesia. En cualquier caso se convirtió en faro de los sectores progresistas de la sociedad, algo que en el Vaticano interpretaban como una forma interesada de atacar a la Iglesia. Esta fricción de fondo se puede ver también en la inédita iniciativa que seguía desde 2009 en el 'Corriere', una página dominical en la que respondía a cartas de los lectores, con dudas de fe y preguntas de todo tipo. Fue un gran éxito, pero esta semana el director del diario ha revelado que la idea «disgustó en Roma».

Esta vez ha ocurrido lo mismo. Su entrevista ha sido recibida con silencio glacial y solo su eterno antagonista, el cardenal Camillo Ruini, ha replicado de forma suave. Como contraste al calor popular, también hay quien ha visto frialdad en la actitud de Benedicto XVI, por no mencionarle en el Ángelus y no acudir al funeral, aunque no entra en el protocolo. Envió un mensaje de palabras elogiosas, pues Ratzinger le estimaba. No es raro, en fin, que en el funeral escasearan los políticos del centroderecha en medio de una abundante presencia multirreligiosa y de no creyentes. La expresión unánime estos días ha sido que Martini representaba la Iglesia «del diálogo».

Fue precisamente Juan Pablo II quien le catapultó al protagonismo con una intuición reveladora. Martini era un ilustre biblista, de gran prestigio pero sin experiencia pastoral. Cuando Wojtyla lo nombró por sorpresa arzobispo de Milán en 1979 él replicó que no sabría como acercarse a la gente: «Será la gente la que irá a su encuentro», le dijo el papa polaco. Así fue. Se convirtió en una autoridad moral de primer orden, no solo académica, y hasta una facción de las Brigadas Rojas se rindió ante él y lo eligió como mediador para entregar sus armas en la curia milanesa en 1984. También fundó en 1987 la cátedra de los no creyentes, para dialogar con los ateos. Durante casi una década, de 1986 a 1993, fue presidente del consejo de las conferencias episcopales europeas, el ápice de su prestigio.

Temeroso de su influencia, Juan Pablo II hizo cambiar el estatuto del organismo para que solo pudiera dirigirlo el presidente de un episcopado nacional y tuvo que dejarlo. En ese periodo Martini fue un clarísimo candidato a ser papa, pero su momento pasó, y solo participó en un cónclave, el de 2005. Enfermo ya de Parkinson, parece que indicó a sus seguidores que apoyaran a Ratzinger, aunque ahora se debate esta reconstrucción. Lo que es cierto es que tampoco entonces tuvo reparos en ser el primero en tomar la palabra al abrirse los encuentros de cardenales, y dijo las mismas cosas de siempre. Ha sido el último gran reformista de la Iglesia, y no se ve un sucesor.