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Vuelve la mística de Obama
El presidente despliega su encanto en el discurso más importante de su campaña para la reelección
CHARLOTTE. Actualizado: Guardar«Bin Laden está muerto, General Motors está viva». Así resume el vicepresidente Joe Biden los logros del gobierno de Barack Obama. Su jefe, que le siguió anoche en el escenario de la Convención Demócrata, tenía mucho más que explicar en el discurso más importante de su campaña de reelección. Para convencer a los estadounidenses de que le renueven la confianza en noviembre por otros cuatro años, el candidato de «los posters gastados», como le define su rival, necesitaba conectar con los votantes más allá de las frases emotivas y los discursos trascendentales.
No lo tenía fácil. Bill Clinton le había puesto el listón muy alto la noche antes, pero también había retratado su debilidad. Obama es «un presidente frío por fuera que arde por dentro» por su país. Y mientras el gran mago de la política estadounidense aparcaba el 'teleprompter' a cada párrafo para involucrar al público, Obama no suele salirse ni una coma del guión.
El gran escenario de la convención, que requirió reducir el aforo de 20.000 a 16.000 plazas para adaptarse al decorado, era perfecto para ese pensador de grandes dotes oratorias que ha fracasado estrepitosamente en comunicarse con la opinión pública. Mientras Clinton solía quedarse horas hablando con los estadounidenses de a pie sobre sus preocupaciones más peregrinas, Obama busca el silencio interior después de cada baño de masas. El expresidente nunca tiene prisa por acostarse, le sobra con cuatro o cinco horas de sueño, mientras que el actual mandatario reconoce levantarse a gruñidos y de mal humor cuando el ritmo de la campaña no le da el descanso mínimo.
Dicen que Obama no ha hecho ni un solo amigo en Washington. En parte, porque no se fía de nadie. En estos cuatro años cada cambio de gabinete ha sido una rotación de cargos en los que se reciclan antiguos cargos que ya han probado su fidelidad. Obama teme las filtraciones, que considera alta traición, pero también la veracidad de los consejos que recibe. Biden suele decir que es «muy fácil ganarse la confianza de su jefe, pero muy difícil que te crea. Cada vez que le transmites una opinión te dice: 'Tráeme un estudio que la demuestre'. Lo haces y se lo devora. Se hace un maestro del tema».
Tiempo perdido
«Barack, ¡no pienses, di lo que sientes!», le interrumpió su mujer en una teleconferencia con asesores en plena campaña de 2008. Al mandatario de 51 años, brillante abogado de Harvard, le ha costado aplicar el consejo. Hace unos meses leyó un libro que comparaba el pensamiento rápido e intuitivo con las deliberaciones contemplativas que le caracterizan. Daniel Kahneman, autor the 'Thinking, Fast and Slow' (Pensando, Rápido y Lento), advertía en una entrevista que el pensamiento reposado no es necesariamente una ventaja para los políticos, «porque al público le gusta que sus líderes decidan rápido y reaccionen de forma instintiva».
Obama lo ha aprendido sobre la marcha. Las críticas que siguieron a su lenta reacción tras la detención del terrorista de los calzoncillos bomba el día de Navidad de 2009, o el vertido de BP en el Golfo de México al año siguiente, le enseñaron a aparecer rápidamente en Arizona cuando un loco tiroteó a la Congresista Gabrielle Giffords en 2011, o el mes pasado cuando otro loco repitió la masacre en un cine de Colorado. La extenuante negociación de la reforma sanitaria le enseñó que tomarse el tiempo para sentar a la oposición sobre la mesa en busca de una ley de consenso era perder el tiempo.
Discurso eléctrico
El Obama que puede ganar las elecciones el próximo 6 de noviembre es un político mucho más sabio y maduro que nunca llegará a tener las tablas de Clinton pero que puede ser mucho mejor gobernante de lo que ha sido. Sobre todo cuando ya no tenga la presión de ganar puntos para la reelección, porque constitucionalmente los presidentes de EE UU están limitados a dos mandatos.
Para lograrlo el primer presidente negro volvió a electrificar anoche a las masas, aunque no pudiera llenar un estadio como hiciera hace cuatro años en Denver. No fue por falta de público, 50.000 personas habían hecho hasta once horas de cola para recibir una entrada al Estadio del Bank Of America y otras 6.000 habían trabajado de voluntarios durante cinco días para ganárselas. Fueron los vientos los que no soplaron a favor, y encima trajeron amenaza de tormenta. «Estábamos preparados para la lluvia pero no para los truenos», dijo Patrick Gaspard, director ejecutivo de la Convención. «La seguridad es lo primero».
Serán las encuestas, y sobre todo las urnas, las que decidan si la mística de Obama servirá para superar la decepción de tantos seguidores y lograr su beneplácito para completar el legado de justicia social y prosperidad que ha prometido.