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Viaje al pasado de la mano de Michelle
La primera dama recurre a los orígenes humildes del presidente para reenganchar a los desencantados
CHARLOTTE (CAROLINA DEL NORTE). Actualizado: GuardarDespués de estrechar la mano, George W. Bush se giraba hacia uno de sus asesores para recibir una dosis de desinfectante líquido con la que matar los gérmenes. Lo contó el propio Barack Obama en su libro 'The Audacity of Hope', cuando apenas soñaba con reemplazarle en el cargo. Hoy, como presidente, ha desterrado los desinfectantes pero no llega al nivel de su esposa. Rezagada varios metros por detrás, Michelle Obama se vuelca sobre los extraños con su 1,82 metros de estatura y se funde con ellos hasta que desespera a la comitiva.
Los abrazos de Michelle Obama se han vuelto famosos. La primera dama no lo hace protocolariamente, sino que cierra los ojos y siente vibrar a cada uno de esos extraños que hacen cola para perderse en sus brazos. Ese que dio a la Reina Madre de Inglaterra, para escándalo de la aristocracia, ni siquiera se considera un abrazo en su círculo, sino un «medio abrazo», escribió sarcástico 'The New York Times'.
No es que los estadounidenses sean mucho más cálidos que los anglosajones británicos, sino que Michelle Obama ha hecho votos de no permitir que la etiqueta presidencial la transforme en lo que no es. Las ambiciones políticas de su marido ocasionaron las peores crisis matrimoniales que la pareja haya confesado en público, pero una vez que se embarcó con él en la conquista de la Casa Blanca puso toda la carne en el asador, con una condición: sus hijos son lo primero.
Si Obama es el comandante en jefe, ella se ha autobautizado como la «mamá en jefe», dispuesta a que nadie se olvide de las obligaciones familiares. Pase lo que pase en el Despacho Oval, a las 6.30 de la tarde el presidente deja colgado si es necesario al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y se va a cenar con su mujer y sus hijas.
Michelle es esa mujer fuerte en la vida del mandatario que sustituye el vacío que dejó otra mujer de bandera, su madre, fallecida por cáncer a los 53 años. Ann Dunham tuvo el coraje de ser una mujer blanca de Kansas que, cuando los matrimonios birraciales todavía estaban prohibidos en muchas partes de EE UU, se atrevió a casarse con un estudiante africano para dar a luz un niño mestizo que crió casi como una madre soltera. Dunham tiene mucho que ver con lo que Michelle Obama admira de su marido, y anoche se lo recordó a la audiencia de la convención demócrata, por si alguien ha perdido de vista que el presidente no nació en una cuna de privilegiados, como su rival Mitt Romney.
Escalera social
Para Michelle el origen de clase media de ese hombre del que muchos se han desenamorado es garantía de que nunca dejará de luchar por los que pasan apuros. Ella misma creció en una familia negra de los guetos del sur de Chicago, aunque ya había subido varios escalones desde la plantación de Carolina del Sur en la que vivió como esclavo su bisabuelo Jim. Si sigue involucrada en la vida pública que tanto detesta es porque su marido promete ayudar a que muchos estadounidenses sigan subiendo por esa escalera social que ellos han conquistado.
Cuando se casaron, Michelle recuerda que los préstamos bancarios que tuvieron que pedir ella y su marido para estudiar en universidades privadas como Princeton, Columbia y Harvard superaban la hipoteca de su casa. Y solo terminaron de pagarlos gracias a que el libro de Obama se convirtió en un éxito de ventas, tras un maravilloso discurso antibélico en la convención de 2004.
En la de anoche, ocho años y una vida después, a Michelle la presentó Elaine Brye, esposa de un militar de Ohio que se hizo incondicional suya tras recibir uno de sus abrazos -además de una invitación para compartir la mesa con George Clooney en una cena de Estado en honor al primer ministro británico David Cameron-. Elaine no conocía de nada a esa mujer negra que pone los pelos de punta a tanto racista encubierto como hay en EE UU. Solo le mandó una postal de Navidad contándole lo que supone ser hija y esposa de un militar en tiempos de guerra. Pasada la sorpresa inicial la encontró tan cercana que se atrevió a invitarla a café.
La noche íntima de los Obama también incluyó a los cuñados, el hermano de Michelle Craig Robinson, con el que el presidente juega al baloncesto, y la hermanastra del mandatario, Maya Soetoro-ng, nacida de la misma madre y su marido indonesio. Solo faltaba el aludido, el hombre del que tienen que volver a enamorarse los estadounidenses para que los Obama no se muden de hogar el 6 de noviembre. Pero eso será otro capítulo.