Padilla estuvo elegante y preciso en cada uno de sus lances. :: ESTEBAN
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El ciclón de Jerez sigue con fuerza

Padilla salió a hombros y Talavante corta una oreja en la última corrida del ciclo portuense

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Juan José Padilla, que había recibido una atronadora y cariñosa ovación tras romperse el paseíllo, saludó al que abría plaza con unas verónicas ajustadas y dominadoras. Quitó por chicuelinas, rematadas con airosa media, y protagonizó después un lucido tercio de banderillas en el que prendió dos pares con limpieza al cuarteo y otro de mucha exposición, de dentro a fuera. El toro, pronto y de gran fijeza hasta entonces, se reveló en el último tercio con una embestida bronca y exigente, sobre todo por el pitón derecho, con el que desarmó al jerezano. A la segunda serie, el animal buscó con descaro la huida y sus acometidas dejaron de poseer celo e intensidad. A Padilla no le cupo más opción que abreviar y despacharlo de una gran estocada.

En el cuarto, noble y repetidor, ofreció la mejor versión de su arrebatado repertorio: lo recibió con larga cambiada, verónicas, delantales y media con manos bajas. Chicuelinas al paso y espectacularidad y precisión en otro variado tercio de banderillas. Inició el trasteo de hinojos, posición en la que ligó los primeros muletazos, para encadenar después múltiples tandas en redondo hasta que el toro se agotó. Momento en que se incrusta entre los pitones par verificar un postrero toreo encimista que culmina con abaniqueo y desplante de rodillas.. Una perfecta ejecución del volapié puso rotunda rúbrica a tan espectacular labor.

No están acostumbrados los públicos de hogaño a que el peonaje pare de capa a los toros recién salidos de chiqueros, hecho cotidiano en tauromaquias añejas. Ocurrió durante la lidia del segundo y mostró por ello disconformidad. El animal, manso y sin entrega, recibió tres varas mientras Morante se inhibía, lo cual no hizo más que acrecentar las iras del respetable. Pañosa en mano, y ante un oponente moribundo y aquerenciado, el de La Puebla realizó lo que estaba previsto: abreviar, pinchar con reiteración y escuchar un aviso y un bronca. Salió con renovado ánimo frente al jabonero quinto, que se le coló cuando se estiraba a la verónica y que se partió un pitón al rematar en un burladero. Tras un bello inicio de faena, Morante sólo pudo llegar al tendido en episodios aislados de su labor: algún derechazo templado y algún remate airoso, en los que sobrevolaba, lejano, el ángel distintivo de su tauromaquia.

Frente a un enemigo carente de humillación y entrega en la embestida, Talavante se hizo presente en el ruedo con un luminoso quite por chicuelinas, abrochadas con garbosa revolera. Inició el trasteo de muleta con originales pases de las flores y recogidos trincherazos, para mecer a continuación una faena ligada en los medios, en la que dibujó series templadas y bellas por ambos pitones, salpicada de destellos de espontaneidad y torería. El toro, al que le concedió las distancias justas, fue a más, lo que aprovechó el extremeño para firmar una actuación notable en la que mostró su peculiar y grácil tauromaquia, que pareciera como ingrávida, liviana, volátil. Rubricó su labor con una gran estocada. En el sexto, descastado y sin fijeza, un quite por saltilleras, rematadas con una despaciosa larga a una mano, constituyó el capítulo más sobresaliente de su original repertorio capotero. Su oponente, tardo y sin transmisión, sólo concedió cierta templanza en sus embestidas por el pitón derecho, por lo que Talavante sólo pudo componer una faena sin ligazón, en la que gotearon , inconexos, destellos de su torería.