Demasiada nobleza y muy poca casta
Los chispazos de Morante, que corta una oreja, y un quite de Perera, suponen lo más destacado del festejo
EL PUERTO. Actualizado: GuardarDebido a la conocida lesión de Manzanares, el previsto mano a mano quedó convertido en una terna de espadas. Pero desde el punto de vista ganadero se mantuvo el mismo cartel anunciado, con toros de tres ganaderías diferentes, lo que supuso una viva muestra de las ligeras variantes que puede ofrecer un mismo tronco común. Tronco deseado y exigido por las figuras de la torería y cuyas características más repetidas no son otras que el descastamiento, la falta de poder y el rozar casi siempre el límite de las fuerzas y de la raza. Pero, eso sí, mucha nobleza. Que no presenten excesivas exigencias ni sobresaltos a los diestros. Hasta ahí podríamos llegar.
Jugaba con donaire los brazos a la verónica Finito de Córdoba hasta que el toro le punteó el capote antes de que perdiera también las manos. Ejemplar que renqueaba de los cuartos traseros y al que, sin motivo aparente que lo justifique, se le propinó una fuerte vara trasera en la que se tapó la salida. Llegó, pues, al tercio de muerte con extraordinaria nobleza pero sin atisbo alguno de fortaleza. Finito lo intentó pasar en redondo en una profusión de series consecutivas, de las que sólo dos de ellas poseyeron cierta ligazón y empaque. Sin probarlo por el pitón izquierdo, despachó a su oponente de una gran estocada. No se confió ante el descastado animal de Juan Pedro que hizo cuarto, astado que recibió una vara muy baja y que generó una lidia soporífera y anodina, con un comportamiento antitético del que se le supone a un toro bravo.
Aclamado
Nutrida y conspicua es la feligresía que posee Morante de La Puebla. Entregados seguidores de sus exquisiteces toreras que disfrutaron de lo lindo con las dos verónicas y una media que su torero esculpió sobre la arena al recibir de capa al de Zalduendo. Fue éste un toro gazapón, que recibió dos puyazos y generó un laborioso tercio de banderillas con múltiples capotazos. Alcanzó el último tercio con escueta e intermitente embestida y con tendencia a buscar la huida. Ante material tan poco propicio, Morante elaboró una faena larga, maratoniana, en la que sólo al final consiguió algunos muletazos sueltos cargados del aroma y la donosura que son propias a su tauromaquia.
Mucho castigo recibió también el quinto, en vara prolongada y trasera, por lo que sus boyantes embestidas a la pañosa de Morante carecieron de la debida transmisión e intensidad. Aún así, el de La Puebla fue capaz de dibujar auténticos carteles de toros en inspirados relámpagos de su barroco magisterio y de su genuina calidad: derechazos arrebatados, remates de cadencia y menta, plenos de torería y originalidad. Pero el toro, descastado y sin fuerzas, pronto perdió su escaso fuelle y dejó de colaborar. Miguel Ángel Perera se hizo presente en el ruedo con un ajustadísimo quite por gaoneras, en las que aguantó la huidiza y dubitativa embestida del toro con pasmoso estoicismo y serena verticalidad. Muleta en mano, sus primeros pases por bajo fueron dominadores y poderosos, con los que se hacía con es acometida incierta que presentaba su enemigo. Pero el animal, ayuno de casta, sintiéndose podido, restó desde entonces intensidad a la pelea. Por lo que al trasteo de Perera, aunque pulcro y entregado, careció de la necesaria vibración. Sólo el consabido arrimón final entre los pitones y unas ceñidas manoletinas levantaron al unísono al respetable. Falló a espadas y fue ovacionado. Un variado quite al sexto, compuesto por gaoneras, tafalleras, faroles y revolera , hizo vibrar al público por su milimétrica reunión y gran exposición. Poco recorrido y una marcada querencia a tablas presentaba ya la res cuando Perera lo pasó de muleta, por lo que el trasteo del extremeño, aunque buscara el lucimiento con denuedo, no consiguió pasar de afanoso.