El cuarto romance de Cádiz y el mar
El enorme respaldo popular de las grandes regatas hace pensar en la oportunidad de convertirlas en un evento anual o, cuando menos, de periodicidad regular
Actualizado: GuardarPara los gaditanos, el mar es lo primero y lo último, casi lo único. Marca su vida desde que nacen porque la ciudad en la que viven está absolutamente ligada a un entorno inamovible. Lo mejor y lo peor de su paisaje, su naturaleza, su historia, su sociología está vinculado al hecho de ser un pequeño conjunto de calles de características casi insulares, con una mezcla de agradable aislamiento y claustrofobia limitadora que influye en cada episodio presente y pasado de la ciudad. Por eso, los vecinos de la ciudad viven con un entusiasmo difícilmente explicable el encuentro con sus muelles. Desde anoche, el puerto de Cádiz se abarrotó de un público que ansiaba reencontrarse con ese ritual de paseo entre norays y veleros que convierte su historia en una celebración de todo lo que le trajeron las bodegas de esos navíos. El atractivo de estas citas, que ya suman cuatro ediciones desde la pionera e inolvidable de 1992, hace pensar que la ciudad de Cádiz tiene un gran patrimonio en esta tradición. Nada le impide disfrutarlo y explotarlo como un gran atractivo turístico e, incluso, como una riqueza cultural de primer orden.
Aunque ya se han producido intentontas, parece oportuno afrontar seriamente el debate de convertir las grandes regatas de veleros históricos en una cita anual en los muelles gaditanos. Otros puertos de la Europa atlántica ya la tienen y los resultados hablan de un éxito que, aunque se atenúa con la repetición, nunca caduca.
Si cuestiones económicas u organizativas impidieran que fuera anual, distintos colectivos de Cádiz harían bien en plantearse que tuvieran una periodicidad concreta, cada dos o cada cuatro años, porque resulta innegable que suponen una inversión y un complemento para sectores básicos como la hostelería y el turismo.