Sociedad

MI AMIGA ESTHER

ESCRITOR Actualizado: Guardar
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Conocí a Esther Tusquets en 1993. Entonces dirigía y era dueña de la editorial Lumen. Yo acababa de terminar mi novela 'El lenguaje de las fuentes' y decidí enviársela. Conocía sus novelas y conocía su editorial, pero no la conocía a ella. Varios meses después, cuando pensaba que ya no me contestaría, recibí una llamada suya. Se disculpó por haber tardado tanto tiempo en llamarme. El manuscrito había esperado varios meses sobre su mesa y no lo había leído hasta ese momento. Y sin más rodeos me dijo que lo quería publicar. Esther no era amiga de hablar por teléfono. Decía lo justo y enseguida se despedía de ti, de modo que me quedé con el auricular en la mano sin dar crédito a lo que me acababa de suceder.

Desde ese momento fuimos buenos amigos. Recuerdo sus cartas. Eran precisas y estaban maravillosamente escritas. Iba al grano, pero el grano no era para Esther lo mismo que para el resto de los mortales. Como pasa en los cuentos, guardaba siempre la promesa de otra cosa: un anillo de oro, una aguja mágica, una palabra dulce. Siempre había en ella una mirada especial, única, la mirada de alguien que no se concede importancia a sí misma y que, a la vez, dice lo que le parece. Es difícil definir a Esther. No era petulante, ni egocéntrica, pero nunca sabías por dónde podía salir y por eso muchos la temían. Se movía por filias y fobias, su ley era la ley de la afinidad. Cuando algo le gustaba iba a por ello sin complejos, como hacen los perros y los niños. Como Wendy y Alicia, dos de sus personajes preferidos, se iba detrás de lo que le gustaba sin plantearse adónde le podía llevar.

Era una gran escritora. Su prosa precisa, sus párrafos interminables, envolventes, tenían un efecto hipnótico sobre el lector que no podía dejar de leerlos incapaz de saber hacia dónde le llevaban. Ana María Moix, su gran amiga, escribió que en su obra la memoria era siempre una forma de conocimiento.

Mi hija vivió un tiempo con ella. Fue a Barcelona a hacer su doctorado y Esther la cobijó unos meses en su casa. Se hicieron grandes amigas. Esther hablaba con ella y con sus compañeras, y se interesaba por sus cosas y sus desvelos juveniles, como si la diferencia de edad no fuera un obstáculo entre ellas. Nada la gustaba más a Esther que ese mundo de las confidencias femeninas, pues lo que más aborrecía era el aburrimiento. Hace solo un par de meses, estuvimos a punto de hacer un viaje juntos. Nos invitó el instituto Cervantes de Rabat a participar en una mesa redonda sobre literatura, y ella quería aprovechar la ocasión para visitar Marrakech y ver a su amigo Juan Goytisolo. Pero en el último momento me llamó para decirme que no se encontraba muy bien y que temía no ser una buena compañera de viaje. Ese viaje, ay, como tantas otras cosas imaginadas, ya nunca existirá. Y bien que lo siento.