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Las cifras de la sociedad del desarraigo

La persona que reflexiona y es innovadora sabe anticiparse a momentos de la vida en los que es preciso iniciar un cambio de orientación que evite el debilitamiento vital

CATEDRÁTICO DE LA UNIR Y AUTOR DE 'LIDERAZGO ÉTICO' Actualizado: Guardar
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Alemania en el año 1945, después de la Segunda Guerra Mundial no era más que un hacinamiento de escombros. Se acuñó el nombre de 'trümmerfrauen' para apodar a las mujeres que se dedicaban a apartar esos escombros y habilitar de ese modo el interior de las ciudades. Tan solo diez años más tarde el filósofo alemán Martin Heidegger daba una conferencia en su ciudad natal sobre la serenidad expresando su preocupación por la falta de capacidad para reflexionar de tanta gente que se dejaba hipnotizar por los medios de comunicación de entonces: prensa, radio y televisión.

«Cuántas veces somos pobres de pensamiento ('gedanken-arm') o incluso faltos de pensamiento ('gedanken-los')», así decía Heidegger. Es una evasión ante la reflexión. Todos estamos 'desmedidamente' informados sobre los diferentes acontecimientos nacionales e internacionales. Basta pensar en las enormes posibilidades de internet, que nos permiten por ejemplo disponer inmediatamente de todos los textos de Eurípides o de Protágoras en los que aparece un concepto determinado. Pero ¿significa eso que hemos tratado de penetrar en el pensamiento de esos filósofos griegos? Claro que no. El pensamiento calculador es sin duda importante e incluso necesario pero no es suficiente para darse cuenta cabal de las cosas.

Por eso hemos de saber alzar nuestra mirada teniendo en cuenta a la persona humana en su totalidad, no solo de modo fragmentario o tecnócrata. La experiencia nos dice que un profesional puede dedicar muchas energías a algo tan esencial como es su trabajo, pero al mismo tiempo puede descuidar su familia, su salud, su formación cultural. Esta falta de visión global se caracteriza por un enfoque parcial, quizás colmado de éxitos profesionales, pero que acaba conduciendo a una frustración existencial, a una falta de sentido profundo en el quehacer cotidiano. La consecuencia sería, como diría Ortega y Gasset un «sabio embrutecido» es decir, un sabio en apariencia.

Sobre esto nos habla Heidegger, en la citada conferencia sobre la serenidad, al referirse a la importancia de la reflexión meditativa cuando afirmaba que el hombre de hoy huye ante el pensar porque no aporta beneficio a las realizaciones de orden práctico y sería demasiado 'elevada' para el entendimiento común. Esta evasión nos tiene que poner en alerta. Efectivamente exige a veces un esfuerzo mayor pero también, como el campesino, debe saber esperar a que brote la semilla y llegue a madurar. ¿No depende el florecimiento de una obra cabal del arraigo, de su buen enraizamiento? Qué gran peligro cuando el hombre niega y arroja fuera de si lo que tiene de más propio que es un ser con capacidad reflexiva.

Quizás parte de la responsabilidad en este pensamiento débil contemporáneo la tengan los medios de comunicación social. Los fines de la comunicación social deberían ser formar, informar y entretener. Sin embargo se han ido derivando a una comunicación basada casi exclusivamente en el entretenimiento, hasta tal punto que han surgido nuevos formatos de info-entretenimiento muy banalizados. Pero esta banalidad sin la adecuada reflexión contribuye a una sociedad del desarraigo en la que faltan personas competitivas y éticas. El hombre dejado a su inercia adquiere forma parabólica. Llega pronto un momento en que alcanza su cima, y a partir de allí comienza el proceso de decadencia y de pereza cognitiva. Sin embargo la persona que reflexiona y es innovadora sabe anticiparse a momentos de la vida en los que es preciso iniciar un cambio de orientación que evite el debilitamiento vital. Desde la perspectiva ética las acciones son consideradas en tanto que su origen es un sujeto que razona y actúa libremente, contando para ello con una formación profesional seria o superficial, con honradez o deslealtad, con buena o mala intención. Así, la verdad se puede expresar con rigor intelectual, o también como puro cálculo, o con ánimo de engañar.

Sobre la importancia de la reflexión ya han escrito cabalmente los griegos de la Grecia clásica. Es como si Sócrates nos dijera: ¡Despierta! ¡Conócete a ti mismo! ¡Sal de esa somnolencia que te hace creer que tienes poco que aprender! Para Sócrates era esencial «solo sé que no sé nada», porque solo desde esa humildad inicial es posible avanzar. Quien cree que lo sabe todo no necesita buscar, no se esfuerza por conocer, no aprende a reflexionar, se estanca y colapsa. Para ser felices es necesaria la ética que contempla la realidad bajo lo que Platón llamaba la 'theoria', es decir, bajo una visión que tiene en cuenta todos sus elementos. Contempla lo que constituye el fundamento del ser humano, teniendo en cuenta para ello toda la realidad de las cosas y de este modo no solo contribuirá a su propia felicidad, sino también a la de los que le rodean. Todavía más, contribuirá a hacer una sociedad mejor, más culta, más reflexiva y, por ello, más feliz. Más arraigada en el conocimiento reflexivo de la verdad y, por lo mismo, en el bien.