CAMBIAN LAS MANERAS
Actualizado: GuardarUn entrenador que se preocupa por las formas, por las buenas maneras. Por el cómo y no solo el qué. Gran noticia. Alberto Monteagudo comprende que el fútbol, a nivel de aficionado, es un sentimiento, sí, pero también un espectáculo. Y el ciudadano que a duras penas paga su entrada e invierte su tiempo cada dos domingos en ver a su Cádiz, demanda que su equipo, cuando pueda, juegue bien al fútbol y le divierta.
Que intente hacer disfrutar a su afición, y que no se ampare en los pírricos resultados para justificar ese gasto de tiempo y dinero. No solo importa el marcador. Si así fuera, la gente no iría al estadio, simplemente se informaría por radio, internet o prensa escrita. Cuando acude a Carranza, quiere que sus futbolistas le transmitan algo, que le agraden, le distraigan y le emocionen. No que le aburran.
Un mensaje diáfano como tal se estrella a menudo contra los obcecados, contra esas cabezas testarudas que sacan pecho y se marchan contentos por ganar 1-0 a cualquier equipo de medio pelo. Esas mismas personas que luego no entienden el malestar de la afición, que no se explican por qué critican tanto si el Cádiz va líder y lleva muchos partidos sin perder (y muchos empatando también). Las que te fulminan con la mirada cuando uno le informa que ha echado de su asiento a 2.500 personas desde que empezó la temporada. Que ni los socios que han pagado el carné ya pierden su tiempo. Hasta que llega la hora de la verdad, y se dan cuenta de que esa gran plantilla no es capaz de dar tres pases seguidos con criterio, porque no lo había hecho en toda la temporada.
Para enganchar a este cadismo tocado, desilusionado, hay que sumar victorias, pero especialmente hay que transmitirle algo desde el césped. Ilusión, desparpajo, alegría, esfuerzo, y buen fútbol. Vidakovic murió en el intento pero Gracia lo consiguió. Jose ni lo buscó. Y Monteagudo, al menos, lo ha entendido.