Bululú
El sálvese quien pueda llevado a escena por mor de los nuevos tiempos
Actualizado: GuardarEstán de moda los bululús. Ya saben, aquellos actores ambulantes del Siglo de Oro que iban en solitario de pueblo en pueblo ofreciendo su modesta función en plazas y calles. El bululú era la versión minimalista y pordiosera de una floreciente dramaturgia donde, al lado de las comedias de Lope y Calderón representadas por compañías de amplio elenco en corrales abarrotados, iban y venían los cómicos de la legua dispuestos a actuar a cambio de unas monedas, un techo o un plato caliente. Pues bien, parece que esta modalidad de teatro de bolsillo vuelve ahora con fuerza, y no precisamente en el habitual circuito de titiriteros de perro y flauta ni en forma de estatuas vivientes o mimos musicales. Los nuevos bululús son artistas de renombre contratados dentro de la programación de auditorios públicos allá donde otras temporadas se anunciaban producciones espectaculares. La ecuación es sencilla: por la mitad de precio se conciertan funciones que en otros formatos más ambiciosos no podrían cubrir los recursos a la baja de las instituciones, y se da la apariencia de normalidad. Ayuntamientos, consejerías y patronatos ya no saben a qué fórmulas de quiero y no puedo recurrir para seguir programando con unos presupuestos menguantes.
Festivales de música antes anuales han pasado a ser bienales, que es como dejarse matar despacio y de una manera un poco vergonzante. El caché de los grupos se regatea a la baja, y muchos se prestan a cobrar directamente de la taquilla con tal de no arriesgarse a aplazamientos de pago sine die. Si quieren ser contratados, los artistas no solo tienen que buscar su propio patrocinio en marcas de bebidas refrescantes, sino también venderlas en el intermedio del concierto. En un panorama tan desolador, el bululú viene a ser el símbolo más exacto de esta depreciación de la cultura hecha sin un duro, con lo que todo eso tiene de combate desesperado por la supervivencia. Pero también es la metáfora del individualismo atroz predicado por la ideología imperante, el sálvese quien pueda llevado a escena por mor de los nuevos tiempos. Más o menos como en la política, últimamente llena de francotiradores montando su monólogo en los escaños del Congreso, ya sea en forma de farsa provocadora, ya sean los versos de una mal dramón de pesadilla.
Esta es la cultura que nos viene: a falta de formaciones numerosas, figuras sueltas. Frente a los grandes coros coordinados, hermanados y solidarios, las voces solistas con música enlatada. Uno ha acabado por fijarse ante los artistas callejeros un criterio de limosna selectiva. Si los ve solos no hay moneda, pero en cambio cuando forman grupo reciben el óbolo, mayor cuantos más miembros tengan: y al dárselo uno se siente como si estuviera contribuyendo a parar un ERE o a mantener la plantilla de una multinacional. Qué menos.