El hundimiento
Actualizado: GuardarVolvamos a los tópicos, por ejemplo ese tan requeterepetido de que una imagen vale mil palabras. Hay imágenes que por sí solas valen mucho más. El vapor de El Puerto hundiéndose en sus propias aguas, el puente de cómo se llame mostrando sus descarnadas patas, el castillo de San Sebastián convertido en símbolo de lo que pudo haber sido y ya no será, nunca, los terrenos baldíos de un hospital que nunca existió, las Aletas, Delphi, Navantia. y sigan, sigan ustedes que tienen un catálogo completo donde elegir. Son imágenes del hundimiento de la bahía, imágenes que nos devuelven como un golpe seco el eco de la palabrería hueca, de los discursos electorales, de la fanfarria política. Sí. Son imágenes que valen mucho más que mil palabras. Los vecinos de la calle Adolfo de Castro lo saben, y saben que el camino para volver a casa será un calvario, uno más.
Hay imágenes que valen mil palabras y que ocultan mil palabras. Los aplausos del congreso ante los sangrantes recortes que tendremos que asumir entre usted y yo, y el que «se jodan» de Andrea Fabra -me da igual que lo dijera por los parados o por los diputados socialistas, igual de asqueroso me parece- son el símbolo de este país nuestro que se desmorona ante nuestros ojos, como las casas de Adolfo de Castro. Un país que ha perdido el norte castigando duramente al sur, enlosando, en ladrillando los campos y escondiendo nuestra memoria rural en un ir y venir de suecas y alemanas en primera línea de playa. ¿En qué momento nos quitamos la boina y empezamos a hablar en «inglis»? ¿Cuándo nos convencieron de que realmente que éramos ricos?
No somos ricos, nunca lo fuimos por mucho que nos lo dijera el espejito de nuestra desgracia. Nunca supimos por dónde soplaban los aires de grandeza, ni de dónde salía toda esa música encantadora. Nunca vimos a Hamelin, aunque lo escuchábamos. Nunca le preguntamos al espejito por qué nos había permitido llegar hasta aquí, y ahora, cuando el juguete se nos ha roto, cuando no hay manera de recomponerlo, los mismos que nos pusieron el caramelo en la boca, nos lo quitan con un lamentable «que se jodan».
Y yo que me creía que la madrastra de Hansel y Gretel se había quemado en un horno.