Un cazador en el día que nació Indurain
Fedrigo, que se perdió 2011 por una garrapata, vence en Pau, lugar que descubrió al navarro
PAU. Actualizado: GuardarAl fondo la figura serena de Pau, la ciudad que ha visto pedalear a todos los abuelos del Tour. Un lugar con buena memoria ciclista. Ese perfume. Y en el pelotón de hoy no hay nariz como la de Pierrick Fedrigo. Cyrano. Pau le trae un aroma conocido. Aquí había ganado hace dos años, aquel día que Armstrong se despidió con su última fuga. Y aquí repitió ayer, por delante de un americano lento, Vandevelde.
Los favoritos adelantaron por una horas la jornada de descanso de hoy. Tregua antes de los Pirineos. Wiggins, el líder, tiene amarrado por contrato a su peor rival, Froome, condenado a ser su esclavo. «Claro que sería un Tour más emocionante si Froome y yo corriéramos en equipos distintos, pero...», dice y encarca la cejas. Anda seguro en este Tour. «¿Qué pienso de las etapas de los Pirineos? No sé. Mañana (por hoy) miraré el perfil». Como si no lo supiera de carrerilla. Hace días que Wiggins se siente dos metros por encima del resto. La clasificación le da ese permiso. ¿Y los Pirineos? En esa espina dorsal de montañas todo puede pasar: huele como Pau, a ciclismo.
De Pau era Salvador Cardona, el primer español que ganó una etapa en el Tour, en 1929. Toda una historia. Niño pobre de Alfaurí (Valencia). Jornalero prematuro. Emigrante azuzado por el hambre que con 17 años cruzó la frontera para comer caliente en Pau. Español en Francia; francés en España. Sin tierra. Viaje sin retorno. Se 'olvidó' de cumplir el servicio militar. Desertor, le consideraron. Nadie en España le conocía cuando puso su nombre a aquella novena y tremenda etapa: entre Baiona y Luchón, con el Aubisque y el Tourmalet. Llegó a la meta con su jefe de filas, el francés Fontán. Y ganó. La noticia sorprendió a España. El primer español del Tour. ¿Quién? Nadie sabía que había españoles.
Y acabó cuarto en París. Durante más de dos décadas ningún otro español se acercó a ese logro. Pudo incluso haber subido al podio si no le hubieran penalizado con cinco minutos. Su pecado fue aceptar una cerveza de un espectador. Algo prohibido. Tuvo más fama en Francia que en su país de origen. Vivió siempre en Pau, donde murió en 1985. Ya era francés: se había nacionalizado en 1954. De Pau salió también la etapa donde nació Miguel Indurain. Aunque en el registro ponga que vino al mundo en Villaba el 16 de julio de 1964 (justo ayer cumplió 48 años), en realidad todo empezó en Pau. En el Tour de 1989. Él cambió la historia. Adiós a la imagen del escalador español, a los 1,54 centímetros de la 'pulga' Trueba. Aquel fue el día del coloso. 'Perico' Delgado, su líder y el del Reynolds-Banesto, había ganado la edición anterior. Pero no iba. Venía el relevo. Ahí se vio.
Indurain no había cumplido 25 años. Los Pirineos estaban a punto de descubrirle. Tuvieron tiempo: más de cien kilómetros de desfile en la tierra de los osos. En el Marie Blanque salió a por Theunisse. Le agarró de la coleta y le dejó en el descenso. Mole. Aplastó a Van del Poel en el Aubisque. Y escaló señorial, en la posición del pianista, la carretera de Cauteret, la meta. Un jugador de baloncesto con el pedaleo ágil de un enano. Impasible. Seda. La generación de Delgado, Fignon y Lemond supo esa tarde que ya eran pasado, que ya formaban parte de la memoria, del perfume que cada mes de julio baja desde los Pirineos hasta Pau.
Fatiga crónica
A Fedrigo le gustan los Pirineos. Por aquí ha capturado tres de sus cuatro victorias en el Tour. Le va el monte. Es cazador. Un ciclista de escopeta al hombro en otoño. Y de ahí le vino su mal: una garrapata le transmitió el año pasado la enfermedad de Lyme, la enfermedad del cazador. Un mordisco y su vida cambió. Fatiga crónica, imposible pedalear. Cazador cazado. Ni siquiera quería venir a este Tour. Pero ayer sintió el perfume de Pau. Sabueso Fedrigo. Tremenda nariz. «Hay días en los que una estrella te guía», declaró. El rastro del mejor aroma ciclista. Sigue la pista. A husmear. Venía con una cuadrilla de buena puntería: el rápido Dumoulin, el viejo Sorensen, el inquieto Voeckler, el completo Vandevelde y el belga Devenyns, el único por debajo de los treinta años. Cazadores de toda la vida. Con pulso y paciencia.
«Necesitaba un poco de suerte», contó Fedrigo. Y salió a por ella. Con Pau a la vista, disparó. Sólo Vandevelde se agarró a esa bala. «Tenía que esperar a mi momento. He buscador romper», narró Fedrigo. Una ráfaga de pedaladas. Pau se acercaba a sus ojos. El francés sabía que Vandevelde nunca acierta la pieza, que es lento. Para cuando el americano apuntó, Fedrigo ya abría los brazos para cobrar la victoria. Once minutos después de la cacería apareció el pelotón. Al trantán. Con Wiggins de amarillo, feliz y cómodo. Tiene hasta el mañana por la mañana para ver en el libro de ruta los Pirineos que le esperan. Dos etapas de montaña antes de París. Y con Wiggins estaba Sagan, la sensación que ayer casi aseguró su maillot verde de la regularidad. «Es que los demás no quieren pelear conmigo», declaró. Y es verdad. Tal es su dominio. Sagan es el más regular. ¿Y el mejor? ¿Querrá alguien pelear con Wiggins? Lástima que Froome tenga por contrato no atacarle.