El atraso empieza en el colegio
DOCTOR EN DERECHO Actualizado: GuardarMi compañero de asiento en el avión, un alemán, me cuenta que al llegar a casa no verá a su hijo pequeño porque esta noche duerme en el colegio. Ha tenido una «semana de la lectura» en la que todo ha girado en torno a los libros: han leído en clase, aprendido a usar la biblioteca, hecho teatro, oído leer a los mayores. Esta noche es la gran juerga: duermen en clase, y pueden leer con una linterna dentro del saco hasta la hora que quieran. Compárenlo con su recuerdo, o con lo que ven hacer a sus hijos. Yo les he visto este año aprender párrafos de memoria, empollar libros de texto en vez de investigar por su cuenta, memorizar las provincias de cada comunidad autónoma sin aprender a leer un mapa. ¿El saber está en un libro que se recita o lo que se hace en el colegio debe ayudar a organizar el propio trabajo y los recursos para descubrir la realidad?
El retraso español empieza en el colegio, cuando se desvincula lo que se hace en él de lo que es divertido o lo que pasa fuera: leyendo libros ñoños traducidos de otras lenguas en clase de Lengua española; aprendiendo idiomas sin ver películas, series o noticias -las que sean-: deportes, sucesos, lo que interese a los niños; dedicando más atención a cumplir obligaciones -de presencia, de hacer, de no hacer- que a despertar las ganas de investigar, de hacer cosas ellos mismos: cocinar, hacer fotos o un periódico; enseñándoles a conformarse y a respetar la autoridad del profesor porque es el que manda en clase y no el que ayuda a aprender.
Lo sé, lo sé, generalizo. Hay profesores estupendos, los conozco hoy y los recuerdo de ayer: la elegante autoridad de doña Roma, don Alfonso explicándonos cómo debe ser el trazo de la escritura, don José Manuel fingiendo escandalizarse por nuestras osadías en sus excelentes clases de Lengua y riéndose cuando descubrimos que, siendo el colmo de la tolerancia, era. cura, en un colegio no religioso. La generosidad de Doris viniéndose dos semanas de viaje con nosotros. José María leyendo teatro del Siglo de Oro en clase, haciendo todas las voces sin nada que envidiar a un actor profesional. y explicándonos luego que era un teatro propagandístico de los valores de la clase dirigente; las apasionadas clases de Historia del Arte de Charo; la inteligente reticencia de Arsenio.
Por supuesto, una parte del problema es de organización, de coherencia del sistema educativo, de anomia en la sociedad. De motivación de los profesores y los directores, a los que hay que buscar con detectives porque quienes tienen la cualificación para serlo la ocultan. Del predominio de intereses particulares y privilegios frente a una concepción estratégica de lo que necesita una sociedad para competir en el mundo globalizado. De la absurda competencia -con fondos públicos- entre la pública y la concertada. En Francia, Italia o Alemania nadie duda de la calidad de liceos e institutos; el director de un Gymnasium alemán está pagado como un juez -bien, quiero decir; claro que aquí tampoco- y tiene un prestigio merecido: los institutos de pueblo o de barrio son la puerta a la cultura y al cosmopolitismo para los alumnos y sus familias. Ser profesor de instituto es uno de los oficios con más prestigio social, como el de bombero, policía o médico.
Los niños alemanes aprenden Historia investigando periodos o casos, no escuchando al profesor, que les tiene que enseñar un método y no contenidos: lo importante es que ellos mismos se formen su opinión y aprendan a juzgar con criterio. Estudian así, por ejemplo, el nazismo, o nuestra Guerra Civil -que ni estudiamos nosotros, ni estudian hoy nuestros hijos-.
Luego, al llegar a la universidad, los estudiantes deciden dónde estudiar y, en buena medida, sus currículos. Un buen sistema de becas les invita a cambiar de ciudad o a vivir por su cuenta: una experiencia de autonomía a una edad a la que ya pueden hacerlo, no diez años tarde. No hacen botellón: leen, estudian, se enamoran, aprenden a vivir. No tienen coche, pero administran su beca y ahorran para viajar. Como sus colegas de formación profesional, que aprenden en las empresas y saben que vivirán dignamente de oficios con el sistema tradicional de maestros, oficiales y aprendices.
Ya, no hay universidades alemanas en los primeros puestos de los rankings universitarios. Pero los rankings los hacen sistemas de acreditación anglosajones: fiarse demasiado de ellos sería como hacerlo de lo que escriben 'The Economist' o el 'Financial Times' sobre la crisis en los países del Sur. Las universidades alemanas no son punteras, pero de sus centros de investigación siguen saliendo premios Nobel. Como ocurre, por cierto, en todo el centro y el Norte de Europa.
Sí, en Alemania se ha descubierto que algunos dirigentes políticos, un exministro socialcristiano de Defensa que prometía mucho, una vicepresidenta liberal del Parlamento Europeo- habían plagiado sus tesis y hay sospechas de la mismísima ministra de Educación e Investigación, muy amiga de Merkel. Pero una de las razones de la caída de los primeros y del descrédito de la segunda ha sido la indignación de la comunidad científica, que los ha investigado y descubierto y pregunta en voz firme si aprendieron así técnicas que ahora usen en la política. ¿Se imaginan qué político español importante leyó su tesis cuando desempeñaba funciones principales y.? No, no me refiero a él, ya había cesado y el problema de su tesis es su pobreza. Digo hace unos años. Pero dejémoslo: solo nos faltaba ahora eso.