Marea verde
PROFESOR Y ESCRITOR Actualizado: GuardarLos profesionales del ramo hemos concluido el presente curso escolar con el amargo convencimiento de que la tormenta que para el próximo se avecina dañará muy seriamente al ya de por sí deteriorado sistema de enseñanza. Al parecer, el globo cae arrastrado por los salvajes vientos de la crisis y resulta imperioso arrojar lastre para evitar que nos acabemos estrellando.
En muchas películas catastrofistas de este tipo hemos vivido, en el territorio seguro de la ficción, lo que presumiblemente vamos a sufrir pronto en nuestras carnes. Cuando el barco se hunde, comienza el capitán por arrojar el cargamento por la borda y termina por desprenderse hasta de las provisiones, incluida el agua potable, en la esperanza de que amaine pronto la tormenta. Mucho nos tememos que los que ocupan el puente de mando en nuestro buque vayan optando por idénticas determinaciones conforme arrecie la galerna, sin saber qué derrotero puede conducirnos a un puerto seguro.
La reforma del sistema de enseñanza iniciada durante la primera etapa de gobierno socialista, respondió al optimismo espiritual de quienes creían que bastaba con proponérselo para transformar, llevando a cabo las obras oportunas, una modesta vivienda de VPO en un piso de lujo. Después, conforme se pasaban la patata caliente de un gobierno a otro, nos acabamos convenciendo de que ni teníamos espacio para la pretendida media docena de cuartos de baño y ni siquiera para pagarles a los albañiles. Hemos estado sufriendo, pues, durante décadas continuas políticas de parcheo que solo han conseguido correr tabiques para dar ilusión de amplitud a ciertos dormitorios en detrimento de otros, y cogiendo goteras cuando nos reventaban las cañerías. Ahora nos ha sobrevenido este diluvio cuando todavía andábamos buscando tejas baratas.
Sé que voy a despertar sospechas de corporativismo, pero esta obligada política de encoger el brazo para compensar la cortedad de la manga, llevada a cabo tanto por uno como por otro de nuestros dos partidos monopolistas, la ha sufrido antes que nadie el gremio del profesorado, en segundo lugar los alumnos y en última instancia la sociedad en general que habrá de vivir con la merma de cientos de miles de analfabetos funcionales, eso sí, con el correspondiente título de secundaria bajo el brazo. Los profesores tuvimos que demostrar la elasticidad mental que requería el pasar de simples vasos comunicantes de conocimientos entre generaciones, cosa para la que nos habíamos preparado, a ser una especie de ángeles custodios de los alumnos que, antes que enseñar, debíamos preocuparnos por la estabilidad emocional de los muchachos, aspecto este sin duda importante, pero para el que desde luego nos faltaba la debida pericia. Por el camino han ido quedando todos aquellos cuyas neuronas no se adaptaron al cambio.
Sin olvidarnos, desde luego, del alumnado al que las implacables tijeras van a cercenar buena parte de su formación y por ello sus posibilidades de futuro, ni tampoco de los padres que verán a sus retoños alcanzar la edad adulta en su propio hogar como parados de larga duración, nuevamente ahora el profesorado está llamado a apechugar con los recortes. Unos cuantos miles, porque perderán directamente sus puestos de trabajo, el resto porque verán incrementados sus horas de clase y el número de alumnos por aula a cambio de la correspondiente rebaja en sus salarios. No será la alegría quien presida las clases, pero no por ello habrá una bajada de brazos en unos profesionales que están ahí por vocación.
Precisamente para tratar de paliar en lo posible el desastre que se avecina, ha nacido Marea Verde. Un colectivo que aglutina a profesores, alumnos y padres y cuya fuerza hasta el momento se desconoce. Presenta, no obstante, este movimiento dos novedades interesantes. En primer lugar, nace desligado de toda fuerza sindical. La evidente desconfianza que generan unos sindicatos poco dispuestos a romper hostilidades con el gobierno, poco importa su color, pero en cuyas manos está en definitiva el poder de acortar el flujo económico que los mantiene y, en su caso, el número de liberados, les ha restado casi todo el protagonismo frente a este movimiento reivindicativo. En segundo lugar, parece que no se va a optar por la estrategia clásica de la huelga, que sólo viene a castigar a los ya maltrechos bolsillos, sino que se plantean actos de protesta más, digamos, 'imaginativos'.
De algunos de ellos ya hemos sido testigos en este final de curso, y se presume que aumenten su fuerza y su número conforme arranque el próximo. Lazos verdes que cuelgan ya en las fachadas de los institutos, recogidas de firmas de profesores, padres y alumnos en contra de los recortes, manifestaciones, actos de protesta antes del comienzo de la jornada laboral y durante los recreos, aprobación en los claustros de manifiestos de desacuerdo o impartición de clases en lugares públicos, con tal de concienciar a la sociedad en su conjunto del daño que se va a producir en el tejido sensible de la educación, son algunos de ellos.
Sabemos de la férrea voluntad del capitán y de su disposición a arrojar incluso a los marineros por la borda antes de que la nave se hunda, pero tal vez se consiga hacer pensar al conjunto de la ciudadanía, si no están nuestros jóvenes más necesitados de maestros en las clases que de políticos en sus poltronas.