Sociedad

Los debates religiosos mueven montañas

El duelo dialéctico entre Rodríguez Zapatero y el cardenal Cañizares tiene gloriosos precedentes

MADRID. Actualizado: Guardar
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El debate que mantuvieron el jueves el expresidente del Gobierno Rodríguez Zapatero y el cardenal Antonio Cañizares tiene sus antecedentes. Los cara a cara entre creyentes y descreídos se inscriben en una larga tradición que viene de antiguo. Entre las discusiones más jugosas figuran las que han enfrentados a adalides de la fe contra defensores de la razón. Uno de los desafíos del catolicismo es el de lograr dialogar con el mundo de la cultura. Al menos es una de las prioridades que se ha impuesto el Papa Benedicto XVI, que nunca ha rehuido la discusión con pensadores alejados de su doctrina. Sin alcanzar su altura, el duelo dialéctico entre Zapatero y Cañizares trataba de emular el que celebraron el filósofo Jürgen Habermas y el cardenal Joseph Ratzinger, cuando el segundo aún no era pontífice.

Al Papa, a quien hasta sus detractores le reconocen su talla intelectual, le gusta debatir con filósofos, ya sean de inspiración cristiana, como Marcello Pera, o ateos, como Jürgen Habermas. Ratzinger se avino a dialogar en enero de 2004 con el pensador de la escuela de Fráncfort en la Academia Católica de Baviera. El arranque de la confrontación de opiniones se basó en las bases morales del Estado liberal. Al final cuajó una interesante reflexión sobre el papel de la fe en la construcción de un mundo más democrático. La discusión constituyó todo un hito y, a pesar de la discreción con que se celebró, acabó teniendo una gran repercusión en bastantes ensayos políticos y teológicos.

Enfrentamientos encarnizados entre científicos y clérigos han abundado a lo largo de la historia, a no ser que hayan sido abortados antes por inquisiciones de cualquier pelaje. Ya en 1860, Thomas Henry Huxley, un defensor ferviente de la teoría de la evolución de Darwin, exhibió su sarcasmo con una frase que debió de dejar estupefacto al obispo de Oxford, Samuel Wilbeforce, su contrincante en el debate. «Prefiero descender de un simio antes que de un obtuso como usted», le dijo Huxley, cuando el prelado preguntó al biólogo si descendía del mono por parte materna o paterna.

Más de un siglo y medio después la disputa se reeditó en la Universidad de Oxford. En febrero de este mismo año un ateo como Richard Dawkins accedió gustoso a contrastar sus pareceres con el obispo de Canterbury y jefe de la Iglesia anglicana, Rowan Williams. Otra vez, la teoría de la evolución era el objeto de la discordia. Por supuesto no se llegó a ningún acuerdo, pero el debate sirvió para comprobar cómo las confesiones religiosas van aceptando, aunque sea a regañadientes, cuestiones que hace siglos hubieran merecido la excomunión.

Dawkins, conocido como el 'rottwailer de Darwin' por su contundente defensa de la teoría de la evolución, ha demostrado que el ateísmo mueve montañas. De su libro 'El espejismo de Dios' se han vendido 1,5 millones de ejemplares, lo que da idea del poder de persuasión de este hombre, capaz de incomodar con sus argumentos tanto a un musulmán como a un protestante. Dawkins es un discutidor vehemente para el que hay pocas barreras en el campo de la dialéctica. Con todo, ha encontrado la horma de su zapato en el teólogo William Lane Craig, que aprovecha cualquier oportunidad que se le brinda para arremeter contra el ateísmo. Craig se enzarzó en un sonoro rifirrafe en la Universidad de Notre Dame con otros de los abanderados actuales del ateísmo, Sam Harris.

A Dawkins y Harris les llevan los demonios que libros sagrados nacidos hace cientos de años en sociedades primitivas de Oriente Medio sigan sirviendo como guía para la conducta sexual y para explicar el origen del mundo.

La cuestión de la existencia de Dios ha alimentado acaloradas polémicas. Christopher Hitchens, un ateo furibundo y polemista avezado, sostuvo un ácido debate con el ex primer ministro Tony Blair ante un auditorio abarrotado. Blair, que se convirtió públicamente al catolicismo cuando dejó las riendas del Gobierno, aguantó estoicamente los chispazos de ingenio de Hitchens, que se tomó la contienda dialéctica con ánimo pugilístico. Y lo hizo ante un público agradecido. No en vano los británicos no tienen reparos en pagar entrada para ver cómo se zurran dos intelectuales.