El paraíso está ahí abajo
Sudáfrica se ha convertido en uno de los destinos favoritos para la inmigración ilegal y el tráfico humano
Actualizado: GuardarCada diez minutos, las porosas y vastas fronteras de Sudáfrica franquean el paso a un inmigrante irregular más. Pueden ser zimbabuos que recurren a los oficios de los pasadores, conocidos como 'gumbagumbas', o jóvenes procedentes del remoto Cuerno de África, víctimas del tráfico de las bandas radicadas en Kenia. Los 47 jóvenes que se ahogaron el viernes 22 en el Lago Malawi eran etíopes, la misma nacionalidad de los 45 que perecieron hace cinco días dentro del camión que los transportaba a través de Tanzania. Pero los orígenes son diversos. Los veinte cadáveres arrojados a la cuneta de la misma ruta a principios del presente año pertenecían a otros tantos somalíes que aspiraban a un futuro incierto en la mayor potencia del continente.
El problema ha alcanzado proporciones alarmantes. Según fuentes oficiales de Pretoria, el 10% de sus 50 millones de habitantes son extranjeros que han entrado sin los perceptivos permisos. La tradición de nación de acogida del Estado del arco iris se ha convertido en un fenómeno masivo, fomentado por la extrema pobreza y el interés de organizaciones criminales situadas a más de 3.000 kilómetros de sus puestos de control. El 'boom' demográfico de Etiopía y la desesperación de los somalíes, atrapados por el hambre y la guerra, han provocado un flujo incontenible y, paralelamente, nuevas áreas de negocio.
El corazón de Nairobi alberga a los promotores de los itinerarios clandestinos. El pujante barrio de Eastleigh, también conocido como Little Mogadishu, acoge a las redes encargadas de conseguir pasaportes falsos para quien puede pagarlos, sobornar a la policía aduanera y contratar conductores sin excesivos escrúpulos en lo que se refiere a la naturaleza de sus portes. Los que se arriesgan a viajar furtivamente corren el peligro de ser atrapados, perecer en el intento o, incluso, resultar asesinados por sus propios guías si las condiciones vienen mal dadas.
El comercio humano se superpone a una tradición migratoria interna dentro del África meridional. La mano de obra procedente de Mozambique, uno de los territorios más pobres del mundo, ha abastecido a la industria minera y la agricultura comercial, pero las demandas de trabajadores han decrecido en los últimos años. Sudáfrica, considerada una de las economías emergentes, sufre, sin embargo, enormes déficits estructurales heredados de tiempos del 'apartheid'. A la escasa viabilidad de las empresas estatales, fruto del anterior aislacionismo internacional, se suma la falta de inversiones y la debilidad de las firmas manufactureras.
Los recién llegados pronto descubren que más de la mitad de los habitantes del presunto paraíso carecen de ocupación laboral estable y que un millón la ha perdido debido a la crisis global. El trabajo más precario o el sector informal es el destino de la mayoría, pero tampoco es fácil encontrar su lugar en las calles de Ciudad del Cabo o Port Elizabeth. El poder de las bandas criminales en uno de los países más violentos del mundo y el de los sindicatos, corrompidos por el clientelismo, complican la integración.
Vandalismo
Hace cuatro años, decenas de extranjeros fueron víctimas de un episodio de vandalismo que arruinó la imagen de la república, convertida hasta entonces en un estandarte de la pluralidad étnica, la estabilidad y la democracia. La población recibió el oprobioso calificativo de xenófoba, aunque pocos análisis llegaron hasta los orígenes de la explosión de odio, especialmente exacerbada en los cinturones urbanos de la miseria.
La necesidad y la codicia gangsteril no son los únicos responsables de la inmigración ilegal. El Congreso Nacional Africano, el partido en el poder en Sudáfrica desde el fin del segregacionismo, ha sido un fiel aliado del Gobierno de Robert Mugabe, compañero de armas en la vieja lucha contra la supremacía blanca. El repudio internacional hacia el tirano, capaz de arruinar Zimbabue, una de las repúblicas más prósperas del continente, ha velado, que no interrumpido definitivamente, su apoyo político.
La permanencia de la dictadura y la devastación provocada por la hiperinflación han generado el éxodo de su fuerza laboral. Una cuarta parte de los zimbabuos han abandonado su tierra en los últimos cinco años y ni siquiera la mejora de las condiciones sociales y políticas ha detenido la tendencia. El Banco Mundial asegura que en 2010 casi 900.000 de sus ciudadanos decidieron probar la aventura exterior. Muchos pagan unos 200 rands, algo menos de 20 euros, por cruzar el río Limpopo y ser conducidos por taxistas inescrupulosos hasta la periferia de las grandes ciudades.
La mayoría de las víctimas de la inmigración ilegal son negras, proceden del sur del Sáhara y arriesgan su vida en un largo viaje a través del continente, pero hay otros perfiles. También pueden ser muchachas eslavas y orientales que llegan al aeropuerto de Johannesburgo, principal vía de entrada para las víctimas de la trata sexual. Una cuarta parte de las prostitutas locales son menores de edad, dada la arraigada creencia en el país en que las relaciones íntimas con niños evitan el contagio del VIH. Además, la gran demanda interna y su condición de escala necesaria hacia otros lucrativos destinos en Norteamérica han contribuido a potenciar el interés de entidades tan acreditadas como las abundantes bandas locales, la mafia rusa y las triadas chinas.