La otra cara del señor encantador
El tecnócrata italiano se despojó de sus suaves maneras para rematar con mano dura una estrategia labrada durante meses Mario Monti Primer ministro italiano
ROMA. Actualizado: GuardarAyer en Italia se hablaba de dos «Supermario' que habían tumbado a Alemania. Uno, Balotelli, delantero de la selección. El otro, Monti. Mientras toda Italia veía el partido de la Eurocopa, el primer ministro peleaba en Bruselas con Angela Merkel para arrancarle por las malas las medidas de emergencia que exigía para su país, sobre todo un escudo contra la prima de riesgo. Monti se ha erigido por capacidad, experiencia y autoridad, en el único político europeo capaz de lidiar con la canciller. Hasta ahora había sido con mano suave, con su tono conciliador y académico, pero en la madrugada de ayer sacó la artillería. Lanzó un órdago, el veto italiano, que pilló por sorpresa a Merkel, que por primera vez perdió el liderazgo de una cumbre y tuvo que ceder.
La estrategia de Monti merece analizarse. Empezó hace meses con una lenta maniobra para introducirse como mediador y tercer invitado en el tándem 'Merkel-Sarkozy', algo que Berlusconi, visto por ambos con desdén, jamás hubiera conseguido. La victoria de Hollande, contrario al rigor de Berlín, remató la ruptura del binomio y entonces Monti se volcó en ser un interlocutor fiable para Merkel. Le ayudaron su estilo escrupuloso y sus primeras reformas en Italia, que en principio la apartaron de la zona de peligro. Culminó esta atmósfera de confianza en la reunión de Roma de la semana pasada de los cuatro grandes países del euro, con Rajoy, Merkel y Hollande. Allí, de forma acaramelada, trabajó por un consenso sin estridencias ante el Consejo del jueves y para salvar el euro. Más allá de las grandes palabras, solo pactaron dos cosas concretas: un gran plan de crecimiento de 130.000 millones y la tasa Tobin, el impuesto sobre transacciones financieras. Se interpretó como una cesión de Merkel, que por fin comprendía que no todo podían ser recortes y austeridad.
Entretanto Monti debía afrontar el lío que tiene en casa. Berlusconi, cuyo partido es esencial para sostener el Gobierno técnico, anda nervioso porque se hunde en los sondeos y amaga con elecciones anticipadas. No solo él, todos los partidos han vuelto a las andadas y están zancadilleando al Ejecutivo.
Reforma laboral
Esto mientras Monti intenta convencer a la UE de que «países virtuosos» como Italia, que cumplen los sacrificios necesarios, deberían poder optar a formas de asistencia del fondo de emergencia sin pasar por la petición de ayuda y, por tanto, la imposición de planes de ajuste. Aunque en ese país virtuoso, por ejemplo, había que aprobar una reforma laboral que echaba chispas. Al final, para poder presentarse con los deberes hechos en Bruselas, Monti pactó la aprobación in extremis el miércoles con la promesa de admitir luego cambios.
Monti llegó a Bruselas con la amenaza velada de los partidos de que el Gobierno caería si fracasaba en la cumbre. Entonces, con Rajoy a rebufo y la aquiescencia de Hollande, el señor encantador se transformó y jugó a cara de perro. Empezó así: «Me gustaría dejar claro que no estoy aquí para mendigar ayuda para Italia, nuestros problemas son los problemas de la zona euro». Luego atacó al punto débil de Merkel, que conocía muy bien. Era aquello que parecía una amable concesión de la canciller en Roma: el plan de crecimiento y la tasa Tobin. Monti amenazó con vetarlos, porque sabía que en realidad Merkel necesitaba aprobarlos para contar con los votos de la izquierda en el Parlamento alemán, donde ayer quería obtener el visto bueno al paquete fiscal y el nuevo fondo de rescate ESM. Al final Merkel cedió y Monti tuvo su 'escudo' contra la prima de riesgo. Lo mejor es que dio las gracias pero anunció que no piensa usarlo. Opina que basta con que exista para aplacar a los mercados. Ayer los principales partidos italianos alababan a Monti.