La hora más larga de Tahrir
Decenas de miles de personas congregadas en la simbólica plaza estallaron en júbilo al conocer el nombre del vencedor
EL CAIRO. Actualizado: Guardar«Esta espera me va a matar, ¿por qué nos hacen esto?». Hecho un manojo de nervios, dando pequeños paseos, fumando un cigarrillo tras otro, Adam Abudi escuchaba ayer el interminable discurso del presidente de la Comisión Electoral en la radio en un kiosko de refrescos junto a un puñado de parroquianos en El Cairo. La espera se había interminable, y Abudi intercalaba las caladas a su cigarro con oraciones.
«Si Dios quiere, ganará Shafiq», aseguraba Ahmed Hamdi, otro de los ansiosos egipcios que ayer se arremolinaba alrededor de este tenderete cercano a la plaza Tahrir. «¡No! Dios quiere a Mursi», le reprimía Abudi. Millones de egipcios padecieron ayer de angustia, ansiedad, nervios y palpitaciones a la espera de los resultados electorales. Por primera vez, el nombre del futuro presidente era incierto, y los egipcios se jugaban algo más que una quiniela.
Después de una interminable hora, llegó el nombre, Mohamed Mursi, y el kiosko estalló. Los seguidores de Shafiq desaparecieron rápido, sus caras eran un poema a la decepción de la derrota. Los que habían apoyado al islamista, por diferentes motivos, saltaron y se besaron, y uno de ellos se arrodilló para agradecer a Dios la victoria de la cofradía.
Inmediatamente, cientos de personas se dirigieron a la plaza Tahrir, donde miles ya celebraban con fuegos artificiales y banderas. Los voluntarios de la hermandad que vigilaban los accesos de la plaza saludaban con un «mabruk» (enhorabuena) y con abrazos a los recién llegados. La plaza que engendró la revolución volvió a convertirse en el lugar más feliz de Egipto, a pesar de que el país se encuentra más dividido que nunca.
Los peores presagios de aquellos que aventuraban disturbios sociales al anunciarse el vencedor no se cumplieron. Bancos, comercios, academias e instituciones estatales habían echado el cierre varias horas antes del anuncio en previsión del «caos» que algunos medios oficiales habían previsto. El despliegue de fuerzas de seguridad en puntos estratégicos de la capital no ayudaba a calmar los ánimos.
Pero la celebración transcurrió con la misma alegría y paz con la que los egipcios recibieron la dimisión forzada de Mubarak hace casi un año y medio. «Siento que estoy en el cielo, que Dios nos ha escuchado, y confío en que, a partir de ahora, las cosas solo pueden ir a mejor, porque esta ha sido la voluntad del pueblo y, por primera vez se ha respetado», repetía como un mantra Adam Abudi.