Alba celebra el gol de Alonso, tras una asistencia suya. :: EFE
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Una bala que despunta

El defensa del Valencia ha alcanzado su madurez con 'La Roja', en la que hay lateral izquierdo para rato Jordi Alba Jugador de la selección española

GNIEWINO. Actualizado: Guardar
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Debutó con la selección el pasado otoño ante Escocia, pero en la Eurocopa transmite la imagen de un futbolista con experiencia, acostumbrado a disputar competiciones internacionales de máximo nivel sin que le pese la responsabilidad. Jordi Alba (Hospitalet de Llobregat, 21 de marzo de 1989), futbolista del Valencia a quien el Barcelona pretende ahora recuperar como uno de sus hijos pródigos de La Masía, ha madurado pronto en 'La Roja', que si nada se tuerce tiene lateral izquierdo para rato. A sus 23 años, el catalán es uno de los internacionales llamados a asumir el recambio generacional del equipo, una simbiosis perfecta de veteranía y juventud que ha abierto la puerta a nuevos rostros con la mirada ya puesta en el futuro. Ha ido de menos a más en el torneo de Polonia y Ucrania este interior reconvertido a defensa con proyección ofensiva, que ante Francia amaneció en todo su esplendor.

«Cuando caes, hay que levantarse de inmediato». Es su filosofía de vida porque él tuvo que hacerlo. Llegó a las categorías inferiores del Barça con un montón de sueños en la mochila hasta que una mañana de 2005, en plena adolescencia, chocó de frente con la dura realidad. Alba asumió que sus posibilidades en la entidad azulgrana eran mínimas y decidió jugársela sin red al abandonar una de las mejores canteras del mundo para fichar por el Cornellá. Lo que parecía un paso atrás fue sin embargo su gran trampolín a la élite, ya que los ojeadores del Valencia pronto pusieron sus ojos en él y lo reclutaron por 6.000 euros. Deslumbró en el juvenil y el club levantino le envió cedido al Gimnástic de Tarragona para que se foguease. Solo cuatro años después de dejar la Ciudad Condal debutó en Primera de la mano de Unai Emery. Desde entonces, no ha dejado de crecer.

Su progresión ha sido tan acelerada que el club que le dejó marchar quiere recuperarle. Los dirigentes del Barcelona apuestan cada vez más por fichajes amortizables a largo plazo, y Jordi Alba es uno de sus principales objetivos. Las negociaciones para su retorno a casa estaban bien encaminadas, incluso daba la sensación de que su contratación aún no se había hecho pública en espera de que finalizara la Eurocopa, pero una maniobra de la entidad azulgrana en la factoría valencianista para llevarse a dos cadetes ha encrespado los ánimos en el club 'ché', hasta el punto de que se ha cerrado en banda.

En Can Barça le recibirían con los brazos abiertos, a tenor de las declaraciones de Gerard Piqué: «Es una bala y me ha sorprendido muchísimo. Creo que está preparado para jugar en un grande, aunque ahora mismo está centrado en la Eurocopa y no se trata de presionarle». Admirador de Stoichkov, su ídolo en la niñez, Alba se ha acoplado a la perfección al esquema de Vicente del Bosque, que le ha dado la titularidad a pesar de su reciente salto a la selección. Ante Italia le costó. Era su estreno y los nervios le atenazaron en la primera parte. Con el transcurrir de los minutos se soltó y sacó a relucir su velocidad en tareas defensivas y su llegada en ataque.

Los choques ante Irlanda y Croacia le sirvieron para consolidarse hasta su explosión en el torneo, el sábado en Donetsk ante Francia. El primer gol de España resume las virtudes del catalán para romper las líneas enemigas. Alba recibió un balón en profundidad de Iniesta, burló en la banda a Debuchy, ganó la línea de fondo y, tras levantar la cabeza dos veces, envió un centro medido a Xabi Alonso, que culminó la acción con un gran testarazo.

Fue un visto y no visto, una «bala», como le define Piqué, que dio al traste con el ultradefensivo sistema galo y selló medio pasaporte de los campeones para las semifinales ante Portugal. «Será muy duro, pero tenemos que ser fieles a nuestro estilo», declaró al término del partido en el Donbass Arena. Discreto y reservado, el afán de superación ha alumbrado un lateral luchador que pelea con cualquiera sin importarle su envergadura.

Quizá el haber retado a la diosa fortuna en su juventud al abandonar La Masía y que ésta se pusiera de su parte esculpió un carácter supersticioso que surge en cada encuentro. Cuando pisa el césped antes de empezar un partido, da tres saltos para calmarse. En la segunda, da cuatro. En la Eurocopa le ha bastado con uno, el definitivo.