Peperos y sociatas se unen en la RAE al matrimonio gay
Canalillo, gayumbos, acojonamiento y okupa, entre las casi 1.700 novedades que se incorporan a la nueva edición del Diccionario
MADRID. Actualizado: Guardar«Dos frikis comen sushi y dan el peñazo hablando en espanglish sobre el riesgo país y el euroescepticismo». «Eloísa y María contrajeron matrimonio esta mañana; luego chatearon y dieron noticia de su boda mediante un sms enviado desde su tableta electrónica». «Mariano y Juana combatían el calor aligerándose de ropa; él se quedó en gayumbos y ella en paños menores, mostrando su culamen y el canalillo. Él leía un manga y ella hacía un sudoku». «Los okupas hicieron la gracieta y los vecinos sintieron cierto acojonamiento». «Van un sociata y un pepero y se cruzan con el papamóvil». Estas frases tendrán plena carta de naturaleza una vez que sus vocablos más chocantes se incorporen a la próxima edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). De momento ya están entre las novedades aceptadas por la RAE e incorporadas a la versión electrónica del diccionario, que se puede consultar en la web.
La novedad más llamativa ha sido la inclusión de la nueva acepción de matrimonio. Los académicos admiten que esta palabra describe también la unión entre dos personas del mismo sexo. El matrimonio homosexual, reconocido por ley en España desde 2005 y recurrido por el PP ante el Constitucional, queda así normalizado por la RAE, que lo define como «en determinadas legislaciones, unión de dos personas del mismo sexo, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses».
La incorporación al diccionario de esta acepción fue saludada con alborozo por los colectivos homosexuales, que agradecen a la RAE su afán de «eliminar referencias inoportunas a raza y sexo, pero sin ocultar arbitrariamente los usos reales de la lengua» en un diccionario que, recuerda la Academia, «debe facilitar claves para la comprensión de textos escritos desde el año 1500». Se suprime así la acepción de rural que la definía como «inculto, tosco, apegado a las cosas lugareñas» que hirió tantas sensibilidades.
La nueva lista de vocablos no hace más que recoger y categorizar voces que están en la calle y que hemos incorporado a nuestros usos coloquiales. Palabras y expresiones como acojonamiento, bloguero, culamen, cienciología, chat, clitoriano, gayumbos, emplatado, euskadún, espanglish, friki, globalizante, inculturación, lápiz (de memoria informática), manga, prima de riesgo, SMS, okupa, ochomil, orgásmico, papamóvil, papamóvil, peñazo, pepero, sociata, sushi, tableta electrónica, teletrabajador, tutorizar o Sudoku.
Consenso de las 22 Academias
Son casi 1.700 modificaciones que se recogerán en la 23ª edición del diccionario, que se publicará en otoño de 2014, como cierre de la celebración del tercer centenario de la institución nacida en 1713 para limpiar, fijar y dar esplendor al idioma que compartimos hoy 500 millones de seres humanos. Todas las incorporaciones han sido consensuadas por las 22 Academias de la Lengua y se pueden consultar ya en la web rae.es, que desde su creación en 2001 ha incorporado cinco tandas.
La RAE afina el oído y consagra expresiones del habla coloquial tan gráficas y usuales como canalillo, que finalmente se reconoce como el «comienzo de la concavidad que separa los pechos de la mujer tal como se muestra desde el escote». Podremos decir y escribir gracieta para referir un «hecho divertido, en sentido irónico o despectivo», y es perfectamente correcto llamar, en nuestro país al menos, gayumbos a los calzoncillos, como recurrir al vulgar culamen para referirse al culo o las nalgas. Si el uso de estas palabras nos procura acojonamiento, la RAE nos explica que es «la acción o efecto de acojonar o acojonarse».
Antes de incorporar cada nueva acepción, la RAE se concede un plazo mínimo de cinco años para «rastrear» cada palabra y comprobar que está suficientemente arraigada en el habla común. No obstante, el secretario de la institución, Darío Villanueva, ha recordado que «las palabras y acepciones no necesitan de la Academia para ser legítimas» y que «son los hablantes quienes le conceden esa legitimidad».