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Verano

Tampoco es tan fácil decidirse a arrojar al fuego lo que nos sobra y nos pesa

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Todos los años llego cansando a estas fechas. Lo admito con la honestidad de la que soy capaz. Los que desarrollamos nuestra actividad profesional en el campo de la educación estamos constantemente empezando y acabando cursos. Hace apenas unos días todo era absurdamente nuevo: nuevas directrices, nueva terminología, nuevos formatos, nuevos compañeros de trabajo, nuevos alumnos, nuevas previsiones. Y ahora ya todo termina: hay que efectuar rápidamente las evaluaciones, elaborar informes, presentar memorias. Y el próximo curso todo será igual y distinto a la vez. Solo que, como bien sabemos (y es mejor saberlo, en cualquier caso), con más velocidad, con menos tiempo, con menos serenidad, con más presión.

Me pregunto qué estamos haciendo con la educación si la despojamos (y lo cierto es que cada año la despojamos más y más, políticos asustados y miopes tenemos obcecados en ello), de su necesario margen de serenidad y de atención pausada. Pero en fin, esto es solo un lamento postrero que debería haberles ahorrado. Discúlpenme, envejezco. Todos los años por estas fechas, quería decir, sueño con despojarme del lastre acumulado y pienso en las cosas que alegremente arrojaría al fuego. El inicio del verano con la noche de las hogueras (ignoro hasta qué punto esto será algo muy general), tiene para mí el poder de hacerme evocar de un modo intenso y a veces incluso hasta doloroso algunos instantes de la infancia y de la juventud. Me veo a mí mismo como el que era hace treinta o más años, cuando aún creía de verdad en la posibilidad de ser mejor. E inevitablemente acabo echando de menos aquella ligereza.

Así que, por supuesto, me gustaría poder librarme de este cansancio. Y también, claro, de la pesada inevitabilidad de tener que aceptarme con todos mis engorros y de tener que seguir con las escasas esperanzas que los años me han dejado intactas. Este verano me he propuesto leer solo autores a los que leí de joven. Y he empezado por Camus. Qué maravilla. Recomiendo su lectura a cualquier edad. He empezado con un libro de ensayos cortos titulado precisamente 'El verano' y he topado con un texto en el que cuenta un viaje a Tipasa, la ciudad del norte de Argelia en la que pasó su infancia. Rememora esa época y habla de la presencia del mar, de la inmensa luz, de la pobreza y de la felicidad, como si esas cuatro cosas se asociaran íntimamente de un modo indisociable. Y en un momento dado, dice: «Yo entonces vivía». Albert Camus, que murió de accidente de tráfico en 1960, con solo 46 años cuando ya le habían concedido el premio Nobel de literatura dos años atrás. «No es tan fácil devenir lo que se es, recuperar la propia, profunda, medida», dice. Y tampoco es tan fácil decidirse a arrojar al fuego lo que nos sobra y nos pesa. ¿Qué arrojarías tú, lo has pensado?