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TIRA AL JUANILLO

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Hay momentos en los que tomar decisiones puede llegar a convertirse en adicción. Son esos momentos en los que uno adquiere la mala conciencia necesaria como para decir «sí» o «no» y descubre el placer maligno de estar por encima del bien y del mal. Ya sabe que quienes más ejecutan a diario esta costumbre -la de decidir por los demás- son nuestros políticos, a quienes confiamos nuestra poca fortuna y a los que ya Chamizo hizo una advertencia esta semana «la gente está hasta el gorro de ustedes», les dijo, por si todavía alguno no se había enterado. Sí, hasta el mismo gorro. Hasta el gorro de que se tomen decisiones a costa mía, o a costa suya, porque no hay nada más deleznable que disparar con pólvora ajena. Habrá nuevos recortes salariales, nueva subida de impuestos, dicen, todo para sacar a flote un país que han enterrado con la misma indiferencia con la que se juega a los barquitos: c-1, hundido. Hay momentos en la vida en los que uno debe hacer acto de contrición, y reconocer que ha pecado mucho de pensamiento, de palabra y de omisión, y que por su culpa, por su grandísima culpa estamos todos en este valle de lágrimas. Pero no es esa la manera en la que se conduce por las autopistas del despropósito, no es ese el peaje que pagan quienes han hecho de la decisión su forma de vida.

Y no siempre la decisión es la acertada. La semana pasada se inauguraba el nuevo parque Celestino Mutis que se ha hecho esperar más de diez años y de cuyo coste no quiero acordarme. En fin. No está el horno para bollos, ni para jornadas de hora y media de puertas abiertas como la de anoche en el Teatro de la Tía Norica. Un teatro que llevan construyendo una década y que no nos llega precisamente en el mejor momento, cuando la ciudad más se resiente de su suerte, cuando más comercios cierran, cuando menos dinero se mueve. Qué le vamos a hacer. «Lo que toque, tocó», decía mi hijo pequeño cuando les repartían chucherías en el colegio. Y a veces toca tomar la decisión de dar un paso atrás, y no tanto por cobardía como por hacer aquello de dar ejemplo. Hay cosas prescindibles para nuestra maltrecha economía. Cosas que en algún momento tuvieron significado pero que a estas alturas carecen de significante.

Cierto es que la costumbre hace ley y que en esta ciudad nos acostumbramos pronto, pero sigo pensando que nuestra fiesta más cateta es innecesaria. Quemar muñecos a las cinco de la tarde con el sol de justicia cayendo sobre nuestras cabezas no es la mejor manera de conjurar al verano de la noche de San Juan. Acompañar esos incendios del charangueo de la Abeja Maya y de la actuación inmediata del cuerpo de bomberos, con horarios apretados e imposibles se está convirtiendo año tras año en un auténtico mamarracho, sólo apto para menores muy menores y para el bloque de la tercera edad al que cada vez cedemos más terreno, quizá porque son muchos y están bien organizados.

No estaría demás que nuestro Ayuntamiento hiciera una revisión de las fiestas de la ciudad, de las que se perdieron como la Velada de los Ángeles, de las que se hallan en vías de extinción como el Trofeo y tomara una decisión firme. Tira al juanillo, no es mal lema ¿verdad?