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La burbuja del miedo

También es irreal como la inmobiliaria o la tecnológica porque la incertidumbre paraliza la economía artificialmente

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A finales de los noventa muchos ahorradores cambiaron sus pesetas duramente ganadas jornal a jornal por papelitos de compañías tecnológicas como Terra, que desde el primer día que salió a Bolsa no dejó de multiplicar su precio, (que no su valor). Muchos currelas que en su vida habían visto una acción daban orden al banco para subirse al tren de la abundancia que prometía rentabilidades de ensueño. Las clases medias jugaban a especular en el mercado variable. Se acercaba el mítico año 2000 y el mundo se volvió un poco loco porque pensábamos que el 1 de enero supondría un salto gigantesco en la historia y en la modernidad de Occidente.

Si la economía es un estado de ánimo hay que reconocer que en la antesala del nuevo siglo, en España se rozaba la euforia. La compañía Terra, dedicada a contenidos de Internet y portales en la red, salió a Bolsa a 11,81 euros la acción pero en tres meses ya cambiaba de manos al estratosférico precio de 157,65 euros cada papelito. El espejismo aguantó hasta que en el mes de febrero de 2005 las acciones de la mítica empresa cayeron a 2,75 euros antes de la que matriz las comprara todas para engullir los restos del naufragio. Pero el bombeo de los euros baratos que llegaban a España desde 2002 se convirtió en el combustible para la burbuja que tomaba el relevo a la anterior.

Al grito de: 'alquilar es tirar el dinero' se generó una avalancha de demanda de ladrillo que recordaba la fiebre del oro. Todo el mundo quería su trozo de pastel: los bancos haciendo caja con las hipotecas a porrillo, los hipotecados porque con el mismo desembolso que para un alquiler vivían en su casa y tenían una inversión para la vejez. Los ayuntamientos se ponían las botas con las recalificaciones y los políticos podían pasarse el año inaugurando obras. Y, para mayor regocijo, comprar un piso desgravaba fiscalmente. Quinientos años después de Pizarro y Orellana los españoles habíamos descubierto de verdad El Dorado. Parecía la historia del holandés que cambió su casa por un tulipán en la especulación de los bulbos del siglo XVII pero al revés. Cualquiera cambiaba su vida por 90 metros cuadrados. Ahora pagamos las consecuencias de creer que el mundo puede ser Jauja. Nadie sabe cuánto tiempo durará la penitencia, pero no podemos auto-engañarnos otra vez. Será larga aunque ahora, en realidad, estamos en otra burbuja: la del miedo. Pero que en lugar de inflar los precios y crear una riqueza virtual opera en sentido contrario. También es falsa, es irreal como la inmobiliaria, la tecnológica o la de los bulbos de tulipanes porque el miedo al futuro paraliza la actividad económica artificialmente.

Así que si las otras burbujas acabaron pinchando esta también llegará a su fin. La esperanza, por decirlo coloquialmente, es que un clavo saque otro clavo.