Egipto elige presidente envuelto en la confusión y con una división profunda
La cita electoral está marcada por la disolución del Parlamento el jueves, tras un fallo del Tribunal Constitucional
EL CAIRO. Actualizado: GuardarHoy más que nunca en estos 16 meses de transición, los dos grandes poderes de Egipto, el Ejército y los Hermanos Musulmanes, se lo juegan todo a una sola carta: la Presidencia. Envueltos en las tinieblas de la confusión y más divididos que nunca, cincuenta millones de egipcios están llamados a las urnas para elegir al sustituto de Hosni Mubarak. La situación es completamente impredecible y ninguno de los dos candidatos, el ex primer ministro Ahmed Shafiq y el aspirante de la cofradía Mohamed Mursi parten como favoritos. Para muchos egipcios, la única certeza es que ni la transición ni la revolución acabarán este fin de semana.
Sin Parlamento, que fue el jueves disuelto por una decisión del Tribunal Constitucional, y sin Carta Magna, Egipto se encuentra sin una hoja de ruta para su futuro en un momento en el que debería estar dando los últimos retoques a la transferencia de poder. La junta militar vuelve a acaparar todas las prerrogativas del país y el caos que reina en la escena política, que muchos definen como golpe de Estado encubierto, pone muy en entredicho que los militares vayan a cumplir su promesa de volver a los cuarteles a finales de este mes.
El Constitucional ha dado alas a Shafiq, que a punto estuvo de ser descalificado por una ley impulsada por el Parlamento. El exgeneral se siente fuerte y aunque la junta militar no le ha dado su respaldo oficialmente, pocos dudan en Egipto, ni siquiera sus seguidores, de que es el hombre del Ejército en las urnas. Su campaña, centrada en el retorno a la ansiada estabilidad, ha calado entre muchos egipcios, y se ha nutrido de un clima político completamente manipulado. Las fuerzas del antiguo régimen, hoy más vivas que nunca, llevan meses utilizando todos los medios a su alcance, entre ellos la televisión y los diarios estatales, para hacer sentir a la población que el país se dirigía hacia el abismo.
Los Hermanos Musulmanes, que han perdido el único poder público que ostentaban, el legislativo, se lo juegan todo este fin de semana. De ahí su sorprendente calma y sangre fría estos dos últimos días, cuando podría esperarse que hubieran salido a las calles para protestar por el fallo del Constitucional. «No es el momento de Tahrir, tenemos que lidiar con esto en la escena política, movilizando el voto en contra del antiguo régimen», confía a este diario Dina Zakaria, una de las fundadoras del Partido Libertad y Justicia, la marca electoral de los Hermanos Musulmanes. El enorme poder legislativo que había amasado la cofradía, y con el que han intentado imponer su voluntad en la redacción de una nueva Constitución, ha acabado por estallarles en las manos. Su última baza es la Presidencia y su reacción ante ese golpe de la Justicia no llegará hasta conocer quién saldrá victorioso en estas encarnizadas elecciones.
Extremos irreconciliables
Muchos egipcios se enfrentan hoy y mañana a la más difícil de las decisiones. Ambos candidatos simbolizan extremos irreconciliables en la política egipcia, por lo que habrá muchos que opten por el boicot. El resultado de los comicios dependerá de la lupa con la que los votantes acudan a las urnas y de si triunfará la óptica de los Hermanos, que presentan las elecciones como una lucha entre la revolución y las fuerzas del antiguo régimen, o la de Shafiq, que la entiende como una guerra entre la estabilidad y el laicismo contra el islamismo oscurantista. Ni una victoria de Mursi significará el triunfo del islamismo en Egipto ni la de Shafiq supondrá que el país quiere volver a la época de Mubarak. La realidad, como casi siempre, se situará en algún lugar intermedio.
La profunda división de la sociedad egipcia se ha puesto de manifiesto estos días en el escaso rechazo callejero que ha suscitado la disolución del Parlamento, el primero elegido de forma democrática en un país acostumbrado a la dictadura y el único logro de su transición. Muchos liberales, quizás aliviados por la desaparición de un Parlamento incómodo, han optado por mirar a otro lado. Apenas doscientas personas se manifestaron ayer contra la decisión del Constitucional en la plaza Tahrir, un lugar que hace tiempo perdió la capacidad para cambiar el rumbo del devenir egipcio.