Vino para dioses y reyes
CATEDRÁTICO DE PREHISTORIA Actualizado: GuardarHe de advertir, como en los artículos anteriores referidos al vino, que es tanta la documentación existente y tan importante su significado, que he de elegir, a mi pesar, solo una muestra pequeñísima de lo que significó el consumo del vino en la antigüedad. En esta ocasión, escribo sólo destellos de su empleo entre dioses y reyes del Próximo Oriente antes del nacimiento de Cristo, donde hallamos los textos y representaciones iconográficas más antiguos sobre los dioses y reyes bebiendo esta sangre de uvas preciada que fue más que un simple líquido deleitoso.
En los textos del siglo XIII antes de Cristo hallados en la ciudad-estado de Ugarit -actual Ras-Shamra, Siria- el consumo de vino está presente en muchos de sus poemas cultuales, en los que El, dios supremo y padre de todos los dioses, y otras deidades beben en banquetes comunitarios, a veces hasta la ebriedad. Así, por ejemplo, en un texto en el que los dioses celebran la inauguración del palacio de Baal, dios de la fertilidad, se lee: «Mientras bebían y comían los dioses./ bebieron en cáliz vino, / en copa de oro sangre de cepas. / copas de plata llenaron, / cáliz tras cáliz. / Y repitieron la ronda de vinos./ subieron mosto de la casa, / vino de la casa de El, / hasta agotar las existencias». Lo mismo hallamos en numerosos textos , en los que el banquete, como acto festivo, comunitario, o como ceremonia pública, la bebida ocupa un papel central. Pero muchos siglos antes, esta forma de beber de origen convivial, la hallamos en los textos sumerios, como en el poema babilónico de la Creación, también conocido como Enuma elis, que son las primeras palabras con la que comienza el poema y que viene a traducirse así: «Cuando en lo alto el cielo aún no había nombrado ( es decir, creado).». Este poema describe la creación del mundo tras una lucha terrible entre las fuerzas de la inmovilidad primordial y las creadoras capitaneadas por el dios Marduk, que posteriormente se va a reflejar en los textos bíblicos del Génesis. Creado el mundo físico, el cielo con sus estrellas y constelaciones, las ciudades cuyo centro neurálgico habría de ser el templo, residencia de la divinidad y sobre el que gira la vida humana, animal y vegetal, la palabra que nomina el mundo material y sensible, el tiempo histórico y religioso, el destino y el hombre, los dioses triunfadores lo celebran en asamblea con un banquete en el que el vino, o la cerveza, es el elemento sustancial que consagra la creación cósmica, el hombre y el comienzo de la Historia. Y después, los reyes, como representantes humildes de los dioses en sus ciudades, rememoran este acontecimiento mediante escenas de banquete. La numerosa documentación iconográfica, que es un texto o metalenguaje muy explícito con imágenes, presentan a dioses y a reyes, sentados en tronos muy elaborados, reposando sus pies sobre un escabel y alzando en su mano una copa de oro, asistidos por coperos que acuden prestos a servirlos.
Esta iconografía tan antigua, de base mesopotámica, proporciona testimonios desde los comienzos del milenio III antes de Cristo de actos de bebida de alto contenido simbólico. Y así fue durante muchos siglos. Tanto los actos de bebida, como su tradición e iconografía, se extendieron y evolucionaron, superponiéndose a diferentes ceremoniales del beber. En el II milenio antes de Cristo, en la costa siria-palestina, se desarrollaron prácticas de bebida en común con el vino como punto principal, en un contexto aparentemente hedonista pero con un inevitable fondo ritual y sacro. Los textos de Ugarit, del siglo XIII, constituyen un testimonio directo. Y en esta época, tales prácticas se presentan por todo el mediterráneo oriental, en las cuencas del Tigris y el Eúfrates, entre los asirios, hititas y en Egipto, por ejemplo. Numerosas pinturas egipcias, que decoran ricos enterramientos del Reino Nuevo, muestran escenas de banquete donde la comida y la bebida es abundante, junto a músicos con todo tipo de instrumentos -arpas, liras, flautas, címbalos y tambores- en un ambiente aparentemente de disfrute ante la inminencia de su presentación al juicio de sus almas ante los dioses de la muerte y de su postrero destino. El momento más trascendental de sus existencias. En tanto, y siglos después, los reyes asirios levantan sus copas de oro antes sus dioses, en rituales sagrados, o esparcen este líquido sobre los leones muertos, alcanzados por sus flechas, tras sus cacerías litúrgicas en los jardines palaciegos, o bien beben frente a la reina, reposando en muebles elaborados de madera y marfil, en actos rituales concernientes a la fecundidad, acompañados de numerosos servidores y músicos en el escenario placentero del jardín.
El primer milenio multiplica el número y el alcance de los testimonios de bebida convivial, tanto en Oriente como en Occidente. El banquete oriental y sus elementos, con el vino como centro, se extendieron hacia Occidente como parte de nuevas costumbres y creencias religiosas. Fueron los fenicios quienes introdujeron estas costumbres entre las sociedades autóctonas del mediodía peninsular. Y, aunque no poseemos ni textos ni iconografías de estos momentos iniciales, los restos arqueológicos en determinados contextos, sacros y funerarios, denotan que su consumo se extendió presto en Occidente. Seguramente los reyes tartésicos, de época orientalizante, se sirvieron de estas escenas conviviales en sus liturgias religiosas y funerarias. Es lo que se percibe de las numerosas copas halladas en estos estratos arqueológicos, los vasos contenedores de vino y muchas ánforas orientales, del Mediterráneo central u occidentales.
De un modo más modesto, y pocos decenios después del cambio de Era, otros textos, en este caso en Jerusalén -también en el Próximo Oriente- y en el Nuevo Testamento, nos dice que «cuando fue la hora, se puso a la mesa, y los apóstoles con él.Y tomando un cáliz, habiendo dado gracias, dijo: Tomadle y distribuidle entre vosotros. Porque os digo que a partir de ahora no beberé del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios. Y (tomando) el cáliz asimismo después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, el que por vosotros es derramado» (San Lucas 22, 14-20). Un escenario sobrio, humilde, sin mobiliarios suntuosos de madera, marfil, plata y oro, en un vaso probablemente de arcilla, donde el vino, como expresión divina, adquiere su significado más trascendente. El convivio recordado que más ha perdurado en el tiempo y extendido en el espacio.
(A mi amigo Faelo, que nos dejó hace unos días).