Artículos

Una relación podrida

La investigación abierta en el Reino Unido por el juez Leveson revela que de la tradicional hostilidad entre políticos y periodistas se pasó a una cercanía muy sospechosa

ANALISTA POLÍTICO Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Según los sondeos en el Reino Unido, la política y el periodismo son dos de las profesiones más despreciadas por la opinión pública y lo cierto es que la investigación emprendida en Londres por el juez Leveson no va a cambiar nada al respecto. Oficialmente, se le ha pedido a Leveson que indague en «la cultura, práctica y ética de la prensa», pero en realidad su labor está iluminando también algunos oscuros rincones de la política. Y lo que el juez está destapando es una relación completamente podrida entre sectores de la política y de los medios de comunicación. El propio primer ministro, David Cameron, tuvo que declarar ayer a lo largo de más de seis horas ante la comisión de ética periodística.

Durante los siglos la larga relación entre la política y la prensa en Gran Bretaña ha sido compleja y delicada. En el siglo XVIII, el Gobierno intentó prohibir los periódicos tabloides de Grub Street (un barrio humilde de Londres) con el argumento de que estaban desestabilizando el país. Sin embargo, hubo una revuelta popular y los autoridades cedieron. En el siglo XIX, el director de 'The Times' fue encarcelado -y luego absuelto- por destapar un escándalo. Y en el siglo XX, el memorable primer ministro conservador Stanley Baldwin se quejó de que los dueños de los periódicos que atacan a su Gobierno eran como «prostitutas que utilizan el poder sin asumir la responsabilidad».

Sin embargo, para la mayoría del pueblo británico esto es exactamente lo que les gusta ver: una relación entre el Gobierno y la prensa basada en el antagonismo y la desconfianza mutua. ¿Por qué? Porque es la garantía de la libertad de expresión y de una sociedad libre. Una brecha entre los políticos y la prensa es saludable para la democracia y la ciudadanía sabe que cada parte -periodistas y políticos- tienen papeles distintos.

El trabajo de un periodista es hacer las preguntas que el político no quiera contestar, aunque este tenga en el sistema democrático un papel indispensable. Los periodistas hacen las preguntas, pero, al final, son los políticos los que deben decidir y gobernar. Es una relación desigual, porque los políticos tienen que presentarse a las urnas y los periodistas no. A principios de los años sesenta el presidente John F. Kennedy viajaba en su avión personal Air Force One acompañado por un grupo de periodistas. El avión pasó por una tormenta eléctrica que provocó fuertes turbulencias. Temblando, uno de los periodistas dijo en voz alta: «si el avión se estrella, me pregunto lo que los periódicos dirán de todos nosotros mañana». Kennedy le respondió con la mirada fija: «no te preocupes estoy seguro de que te mencionarán en algúna parte de la noticia».

Pero esto no es lo que ha sucedido últimamente entre los medios y los políticos del Reino Unido. Muchas evidencias en la investigación Leveson sugieren que de la profunda y tradicional hostilidad entre medios y políticos se ha pasado a una cercanía muy sospechosa. Hay varias razones que han llevado a esta situación, pero destacan tres.

En primer lugar, en el Reino Unido, como en otros países, España entre ellos, se ha producido una fragmentación que ha debilitado la confianza en los dos grandes partidos. Hasta los años setenta, laboristas y conservadores se repartían más del 90% de los votos. Sin embargo, en las últimas elecciones menos de seis de cada diez votantes optaban por los dos partidos grandes y en algunos distritos la participación era desoladora por la desilusión en la política. Los partidos tienen muchos menos militantes y dependen más que nunca de los medios de comunicación para difundir su mensaje.

En segundo lugar, los grupos mediáticos están pasando por momentos muy complicados, sobre todo a causa de Internet. Como consecuencia de ello, la competencia en el Reino Unido ha sido -y es- feroz. Los periódicos son cada vez más sensacionalistas y algunos se muestran dispuestos a hacer casi cualquier cosa. Hay que recordar que la investigación de Leveson fue puesta en marcha después de que se revelara cómo un periódico había espiado el teléfono de una adolescente secuestrada y asesinada.

La tercera razón es el excesivo poder y la maligna influencia del magnate Rupert Murdoch. Pese a poseer el 40% de los periódicos británicos, quería más, en particular el control total de canal por satélite BSkyB, a un precio de ocho mil millones de euros. El dinero no fue nunca un problema para Murdoch, pero sí la ley al prohibir los monopolios mediáticos. Ante esta situación, Murdoch comenzó a hacer un asombroso trabajo de 'lobby' con el objetivo de cambiar la normativa. Para ello no dudo en utilizar a sus subordinados para mantener estrechos contactos con los políticos. El trabajo del juez Leveson no ha llegado todavía a su fin, pero ya sabemos que la salud de la democracia británica se ha salvado por los pelos, y no precisamente gracias a algunos políticos ni a algunos periodistas.