Tribuna

La batuta del maestro de capilla

HISTORIADOR DEL ARTE Y MIEMBRO DE CÁDIZ ILUSTRADA. Actualizado: Guardar
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Hace tiempo tuve la oportunidad de volver a visitar el magnífico tesoro artístico que conserva el Museo Catedralicio de nuestra ciudad. Paseando por sus salas pude contemplar asombrado las vitrinas que custodian cálices, cruces y ternos. De entre todas ellas, mis pasos me llevaron, como atraídos por un imán, a una que custodia una pieza rotulada con el siguiente título: 'Batuta del Maestro de Capilla'

Dicha pieza se muestra dentro de una sobria y elegante cajita de madera abierta. ¿Cómo ha podido pasar desapercibida a mis ojos en anteriores visitas? 'Plata y plata sobredorada. S. XX. 1910' describe a continuación la cartela. Fascinado tanto por la pieza en sí como por su función, mis ojos la escrutan de cabo a rabo, exhibiendo ésta una profusa decoración de motivos vegetales. Al otro extremo, una empuñadura con acanaladuras revela cierto desgaste al poseer un color más amarillento que el resto de la pieza. En su parte central, una cartela enrollada alrededor del fuste de esta 'columna musical' deja entrever a lo sumo una o dos palabras cinceladas. Remata el conjunto una lira, símbolo tradicional de la música.

Inevitablemente asociamos la batuta como símbolo de autoridad ya que ésta confiere a su portador el mando sobre un grupo de músicos. Empleamos la expresión 'llevar la batuta' a la hora de hablar de mando y autoridad en ámbitos extramusicales. Los dos principales cometidos de un maestro de capilla de hace más de cien años eran componer música para los cultos catedralicios y dirigir la capilla de música durante los mismos. La expresión empleada antaño 'echar el compás', era una tarea que antiguamente solía llevarse a cabo mediante bastones o golpes en el suelo, bien con dicho instrumento o con los pies. Posteriormente este rudo bastón se estiliza convirtiéndose en lo que hoy conocemos como 'batuta', fabricadas generalmente con maderas nobles y ligeras.

¿Quién empuñaba pues esta batuta? Su dueño estuvo al servicio de la Catedral prácticamente durante toda su vida: Fue seise desde los ocho años, organista con veintiuno y finalmente maestro de capilla hasta su muerte. Se trata del gaditano José Mª Gálvez Ruiz (1874-1939) quien además fue director de la Real Academia de música de Santa Cecilia, nuestro actual Conservatorio profesional de música 'Manuel de Falla'. Gálvez, por aquellos años aún era maestro de capilla interino, cargo al que accede tras la muerte de su predecesor, el granadino Antonio Maqueda (1810-1905). No será hasta el verano de 1912 cuando sea nombrado maestro de capilla titular tras superar unas duras oposiciones.

La cartela que hemos mencionado anteriormente y que 'abraza' dicha batuta contiene la siguiente dedicatoria: «Al laureado compositor y distinguido maestro D. José Gálvez y Ruiz, sus amigos y admiradores. año de 1910». Impresiona bastante tamaño obsequio para alguien que contaba tan sólo con 36 años de edad. Con numerosas obras publicadas (y premiadas), su labor pedagógica y artística lo situaba según crónicas de la época entre lo más granado de nuestros músicos, junto a sus contemporáneos -y paisanos- Falla y Cubiles.

Ciertamente el título 'batuta del maestro de capilla' aunque obvio, resulta tremendamente revelador ya que indica sin lugar a dudas que la empleó durante su magisterio frente a la capilla musical durante más de 33 años. Pese al material en el que está realizada y las dimensiones que posee, es ciertamente ligera lo cual indica que no se trata de una 'pieza de coleccionista', sino una batuta real que ha sido empleada para dirigir la ejecución de obras musicales.

El estimado lector se preguntará ahora de qué manera ha llegado a parar la batuta a este museo. La respuesta la encontramos en las fuentes documentales. Concretamente, según las actas capitulares del cabildo catedralicio; Gálvez, al final de su vida dona su batuta de maestro de capilla al cabildo para que éste disponga de ella en la procesión del Corpus. Este dato -junto al mencionado desgaste de la empuñadura- es sumamente importante, ya que nos induce a pensar que él mismo la empleaba durante las interpretaciones musicales que se llevaban a cabo durante la procesión del Corpus. Esta última voluntad quizá fuera para entregar el testigo y transferir su 'bastón de mando' a su predecesor, aunque éste no llegaría hasta varios años después de su muerte cuando, desgraciadamente, el legado musical de Don José comienza a diluirse a una velocidad insólita dada la reputación de la que gozó en vida.

Contemplamos de nuevo la batuta tras el cristal, dejando volar nuestra imaginación para recrear aquella época en la que un simple mortal podía, blandiendo esta batuta de plata, crear la mayor de las ilusiones: La música que, al igual que la batuta en la vitrina, está ahí para que indaguemos en ella, la estudiemos y la devolvamos a la vida interpretándola. En nuestras manos está el tomar partido por nuestra música o, por contra, pasar de largo ante una vitrina más.