Philip Roth, en una imagen de 2008. :: R. DREW / AP
Sociedad

Roth prestigia el Príncipe de Asturias

El estadounidense ha sacado a la luz las miserias de la sociedad de su país con ironía y escasa piedad El jurado distingue a uno de los grandes de la literatura, autor de una obra de enorme influencia

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Tras constatar que, llegados los ochenta, los amigos que aún sobreviven parecen catálogos de achaques y se muestran incapaces de hablar de otra cosa que no sea la sombra de la Parca y que ya ni siquiera el sexo es una tabla de salvación ante la amenaza de la muerte, el narrador de 'Elegía', una de las últimas novelas de Philip Roth, explica: «La vejez no es una batalla. La vejez es una masacre». El escritor estadounidense (Newark, 1933), uno de los grandes de la literatura mundial y sin duda el novelista que mejor ha abordado los problemas de la soledad, la culpa y la muerte, fue distinguido ayer con el Príncipe de las Letras.

Con el premio a Roth, el Príncipe de Asturias de las Letras se prestigia a sí mismo y da peso al conjunto de los galardones, que a veces muestra una extraña tendencia a primar el glamour o la resonancia internacional por encima de la calidad. En este caso, el jurado ha elegido a un escritor que colocó seis libros en la lista de los 22 mejores del último cuarto de siglo en EE UU, elaborada por un amplio número de especialistas a petición de 'The New York Times Book Review'. No hay nadie en el mundo con un reconocimiento semejante.

Quienes conocen bien la literatura de Roth saben de su vida como si hubieran leído una biografía, porque pocos escritores han tirado tanto como él de los recuerdos y de su tiempo como materia prima de su literatura. Alguno de sus detractores -los tiene en gran número entre los sionistas recalcitrantes, las feministas radicales y los integristas de toda religión- ha dicho que escribe de sí mismo porque se considera la persona más interesante que conoce. Es posible. Pero ese personaje que a veces es el típico narrador omnisciente y otras se esconde bajo diversas personalidades es un analista minucioso y sutil de las grandes pasiones humanas.

Descendiente de una familia judía, buen deportista en su juventud, graduado en Literatura inglesa, profesor en varias universidades, amigo del también Nobel Saul Bellow, de quien se considera su sucesor, debutó en la literatura en 1959 con un volumen que reunía varios cuentos y una novela corta, 'Good bye, Columbus', que le valió el National Book Award, el primero de una lista interminable de premios en la que solo falta el Nobel.

Para entonces, se había alistado en el Ejército durante poco más de un año -una lesión lo devolvió a casa-, había contraído matrimonio con Margaret Martinson, que moriría en accidente de tráfico poco después de que se divorciaran y era ya un profesor con una gran capacidad para encandilar a sus alumnos, y sobre todo a sus alumnas.

Hilo argumental

Durante unos años, sus libros transcurren en dos ámbitos: el entorno de las familias judías en EE UU y la Universidad. Es la época de las revoluciones sociales, del LSD y el sexo sin prejuicios. 'El mal de Portnoy' (1969), una novela guiada por el sexo de la primera a la última página, lo convierte en el autor de moda. Entonces, para huir de la fama, deja su apartamento de Nueva York y se retira a una casa en un bosque de Connecticut, de la que apenas si sale para impartir clases, hablar con sus editores y viajar a Europa del Este para entrevistarse con colegas y testigos de la barbarie nazi. Allí, trabajando con una disciplina férrea, estaba levantando un imponente edificio literario guiado por un narrador llamado Nathan Zuckerman, su más que evidente 'alter ego'.

En 1990 contrae matrimonio con Claire Bloom, una actriz británica con la que convivía desde mediados de los setenta. El matrimonio apenas dura cuatro años. Tras el divorcio, ella escribe sus memorias y lo más positivo que cuenta del escritor es que se trata de un misógino egocéntrico. Él, que según parece tuvo no mucho después una relación con Mia Farrow, responderá a su modo: con la novela 'Me casé con un comunista' en la que una actriz de segunda fila y una hija cuyo mayor talento es alimentar un rencor sin posible explicación machacan a un ingenuo locutor radiofónico durante la época de la 'caza de brujas'.

Es un relato más en el que Roth aborda la historia de su país. En sus novelas están la hipocresía política, el papel de EE UU en el conflicto entre judíos y palestinos, el desencanto de la izquierda, la depresión tras la derrota en Vietnam... y también un ejercicio de política ficción: en 'La conjura contra América' fabula sobre un gobierno pronazi a comienzos de los cuarenta.

Y, por supuesto, están los grandes asuntos personales: la culpa, la responsabilidad, la soledad, el miedo a la muerte, la vejez, la humillación, la autodestrucción. Todo ello narrado con un estilo que parece liberado de cualquier artificio, como si esas historias las contara un amigo al amor de la lumbre. Un amigo que envejece en cada título.