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El sueño improbable de Somalia

Occidente apoya la celebración de elecciones en agosto como antesala de un Estado reunificado y democrático

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La esperanza en Somalia reclama 196 kilómetros, la distancia que separa las ciudades de Baidoa y Afgoye. La primera fue capturada por milicias locales con apoyo etíope y la segunda acaba de ser reconquistada por el Gobierno federal de transición y la Amisom, la misión de la Unión Africana. La conexión de esos dos puntos tiene una trascendencia que supera ampliamente su relativa lejanía. Entre ambos se encuentran los guerrilleros de Al-Shabab y la unión rompería, por primera vez, su compacto control sobre el centro y sur del país. Paralelamente, libraría a Mogadiscio de la condición de capital aislada, dependiente del exterior para resistir el acoso islamista.

Esa posibilidad bélica parece difícil en el escenario actual, pero la evolución política del territorio suele escapar a la lógica, incapaz de comprender la mudable voluntad de los clanes que lo pueblan, la ambición de sus líderes y el variable juego de alianzas en este reino de taifas. Sí, la realidad parece empeñada en negar que a lo largo del próximo agosto se puedan celebrar elecciones presidenciales y parlamentarias con ciertas garantías democráticas. Tampoco resulta muy creíble que de esos comicios surja un Gobierno encargado de redactar una Constitución y de convertir a Somalia en un Estado 21 años después de su colapso.

La hoja de ruta para materializar ese sueño se redactó el pasado febrero en la conferencia de Londres que reunió a buena parte de la clase política de Occidente. Pero las buenas intenciones en aquel país cuarteado solo se afianzan con el poder de las armas. Un análisis de la estrategia militar refleja que, desde hace dos años, los aliados del débil Ejecutivo central se coordinan para combatir a los radicales. Las fuerzas de la Unión Africana, Kenia y Etiopía protagonizan una contraofensiva desde sus respectivas bases acentuada a medida que se acerca la fecha de esa improbable reconciliación.

El secuestro de turistas en los 'resorts' de Lamu, el rapto de las cooperantes españolas de Médicos sin Fronteras y la dramática situación de los 400.000 desplazados hacinados en el corredor de Afgoye han servido como coartadas humanitarias de una operación que parece planificada con mucha antelación, tal vez desde que hace tres años los etíopes fracasaran en su intento de acabar con las Cortes Islámicas, el entonces poder dominante. Pero aquella lección parece aprendida. Hoy, Addis Abeba y Nairobi se valen de milicias locales para avanzar, discreta y sistemáticamente, hacia el interior de Somalia.

La semana pasada se celebró una conferencia en Estambul para profundizar en el diseño político en la que han participado representantes y líderes comunales junto a representantes de la comunidad de donantes. La cumbre ha pretendido analizar la situación de las infraestructuras y ha demostrado, una vez más, la pretensión de Turquía de asumir un rol preponderante en el proceso. El Gobierno otomano restaura mezquitas y hospitales en la región e, incluso, su primer ministro, Recep Tayip Erdogan, practicó diplomacia de alto riesgo con una visita a Mogadiscio en agosto.

Pero el trayecto hacia la nueva república ha de sortear numerosos obstáculos. La incomparecencia de las autoridades de Puntlandia y Galmudug, dos de los microestados surgidos de la descomposición del país, ha demostrado las dificultades de la iniciativa. Las dos entidades autónomas han protestado así por la pretensión del Gobierno de Ankara de recuperar una administración centralizada, frente al esquema federal más acorde con la fragmentación existente en la actualidad. Somalilandia, la república no reconocida surgida al noroeste, ha acudido aunque no se plantea una incorporación formal al proyecto.