Los ojos de Cristina
Actualizado: GuardarUn imprevisto y agudo dolor abdominal interrumpe el esperado fin de semana y me lleva días atrás al servicio de urgencias del Puerta del Mar. Revuelo generalizado ante el comprensible desasosiego de los míos; los resultados de la analítica determinan el ingreso en planta con prescripción de dieta absoluta, calmante y antibióticos. Sin embargo, tras una leve mejoría posterior, la situación se torna en un cuadro crítico que me conduce sin demora al quirófano. Al parecer de los especialistas, las tensiones de los últimos tiempos han coadyuvado a que la crónica dolencia de años culminara en una seria lesión del aparato digestivo y que de no haber sido por la pertinaz actitud de mi mujer, el hábil proceder de incondicionales amigos y la admirable eficiencia de los facultativos otra suerte bien distinta podía haberme deparado.
Recupero la conciencia en una de las habitaciones de la planta cuarta. La visión de mi familia me sosiega. El trascendente Misterio de la vida me mantiene aquí. Un solidario colchón acuna mi maltratado cuerpo y arropa mis atolondradas reflexiones entorno a la inaplazable conveniencia de un radical cambio de rumbo vital. Pienso, mientras dulcemente me sostiene, a cuantos otros habrá aliviado antes, cuanta vida habrá contribuido a recuperar y cuanta existencia por el contrario habrá despedido. Cuanta paz habrá deparado. Incontables los corazones palpitantes congregados en su derredor.
Sobre él, comienzo a percibir nuevas voces, gestos y miradas, siempre dulces, amables y positivas. Calor de manos. Manos expertas que auscultan, palpan, que medican y sanan, que asean, te incorporan y alimentan. Que limpian. Manos vacilantes que aprehenden. Manos que transmiten serenidad y aliento.
He valorado a lo largo de los días en que he debido permanecer hospitalizado la profesionalidad y el buen hacer, pero y sobretodo el derroche de humanidad de quiénes - aún sometidos a la inquietud y carencias que exige el momento- nos continúan cuidando cuanto mas vulnerables somos. Adivino en los apasionados ojos de Cristina, alumna en práctica que integró el equipo de mis diligentes cuidadores, el alentador devenir de un Servicio básico, cuyo carácter Público y modélico funcionamiento jamás debieran aventurarse ante las contundentes e ilícitas medidas económicas que nos imponen.