Editorial

El arma del terror

La matanza de Hula debería forzar un cambio en los países que todavía se oponen a una acción más expeditiva en Siria

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El régimen sirio está hoy contra las cuerdas frente a la comunidad internacional después de que sus soldados y, sobre todo, sus esbirros ejecutaran en la pequeña ciudad de Hula la peor matanza desde que empezó el conflicto civil hace catorce meses: 92 ciudadanos, 32 de ellos niños, fueron asesinados a sangre fría. Los observadores de la ONU se personaron allí y confirmaron los hechos, que, torpemente, el Gobierno quiso atribuir en primera instancia a «las bandas armadas terroristas». Los hechos parecen claros: la ciudad, controlada por la oposición, vivió una gran manifestación el viernes tras la oración y fue bombardeada por cañones y morteros que dejaron expedito el camino para que los milicianos oficiosos del régimen, fanáticos conocidos como 'shabiha', paramilitares reclutados entre el lumpen alauí y conocidos por su ferocidad llegaran desde las aldeas leales de los alrededores. El número de muertos en la crisis inherente a la amplia revuelta social contra la dictadura ha pasado hace tiempo de los diez mil, muchos más que algunas guerras, y la dura respuesta armada del régimen no consigue derrotarla, pero, con el cierre de filas de la comunidad alauí y sus asociados y conmilitones, que se saben odiados, consigue mantenerse y prolonga la situación. En términos puramente políticos y diplomáticos, lo sucedido en Hula pone en una difícil situación a China y Rusia, opuestos a una acción más expeditiva contra el régimen sirio que provoque su definitivo aislamiento y caída. De hecho, hay informes de que Moscú, inflexible hasta hoy tras lo sucedido en Libia con Gadafi, consideraría apoyar un esfuerzo desde la ONU basado en el modelo yemení: por acuerdo y con garantías para todos, el presidente debería irse y se crearía un nuevo régimen bajo garantías y con apoyo internacional. Suena a optimismo excesivo, pero está claro que la tragedia se prolongará si el presidente Assad y el núcleo duro de un régimen detestado por la mayoría, persisten en permanecer desde la violencia ahora elevada en Hula a la categoría del Terror, con mayúscula.