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POBRES NIÑOS POBRES

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Hay un proverbio africano que esta sociedad nuestra tan endeblita repite con gritos desesperados como si fuera un mantra. Dice algo así como que para educar a un niño hace falta la tribu entera, confiando en que alguien entienda el carácter patrimonial de los niños como garantía de un futuro, y la repetimos como si las palabras conjuraran los deseos, como si pudiésemos cambiar la realidad con un abracadabra. A este lado del mundo se nos olvidó hace mucho que hay que sembrar para recoger y nos dio por no tener niños como marca e identidad de que crecíamos de forma imparable, saltándonos aquella regla tan elemental que aprendimos en el colegio sobre los seres vivos, recuerde, nacen, crecen, se reproducen y mueren. Dejamos entonces de reproducirnos y volvimos nuestros no siempre misericordiosos ojos hacia la tercera edad proporcionándoles a los abuelos una juventud eterna como a los de 'Cocoon' pero sin marcianos ni cuarto milenio. Viajes, meriendas, toboganes en los parques, universidad... y convertimos nuestras ya viejas ciudades en inmensos geriátricos dejando a los niños en el ángulo oscuro del salón acompañados tan solo por la tecnología, tejiendo como imposibles penélopes redes sociales y acostumbrándolos a vivir por encima de todas las posibilidades.

Luego, ya lo saben. No es más pobre el que menos tiene, sino el que más necesita, podríamos decir parafraseando aquel refrán monjil que junto con el de no es más limpio el que más limpia, llevamos todos los que un día fuimos niños marcado a fuego en la memoria histórica. Y nuestros niños 'necesitan' cosas que ya no podemos darles. Son niños pobres. Pobres niños pobres, porque la pobreza a este lado del mundo no se mide en términos absolutos, sino en términos de desigualdad, y los niños son los más afectados por esta crisis que permite el desamparo, los desahucios, las ejecuciones hipotecarias y que ha cambiado el concepto de restaurante por el de comedor social. Niños que vinieron al mundo con 2.500 euros debajo del brazo y que han visto como sus padres han perdido el trabajo, la salud o el norte y que los han convertido, según el informe presentado por UNICEF, en el rostro oficial de la pobreza en España. Niños a los que educamos mal, quizá porque no tuvimos en cuenta a la tribu, niños que han conocido en muy poco tiempo las dos caras de esta moneda que estamos pagando a tan alto precio. Niños que no entienden de macroeconomía, ni de ajustes y que ajustan las cuentas desarrollando un instinto violento difícil de controlar. El defensor del menor alertaba esta misma semana de la peor cara de la pobreza infantil.

Hay demasiados niños pobres en España, más de dos millones y medio, y son, nos guste o no, responsabilidad de toda la sociedad, porque de ellos depende nuestro futuro, si es que alguna vez salimos del agujero. No podemos mirar para otra parte, los niños son de todos. Y se necesitan medidas igual de contundentes que los recortes, medidas que garanticen la seguridad emocional de estos nuevos pobres. Se necesita con urgencia, revertir esta situación con una concienciación similar a la que se produjo con la tercera edad. No se trata de dar meriendas -y eso que Chamizo pedía hace unos días que los comedores escolares abrieran en verano para garantizar el sustento de los más desfavorecidos-, ni se trata de entretener a la infancia con fuegos de artificio. Se trata de garantizarles un futuro aplicando el sentido común.

Pero ya que no hemos desarrollado el sentido común, procuremos ejercitar más el sentido de la orientación y el equilibrio, que como usted sabrá, está en el oído. Estamos hartos de oír tonterías, y así no hay manera de orientarse en esta jungla.